Crisis y conflicto
Juan Antonio Blanco | 11/03/2008 0:37
Mientras intercambiábamos opiniones las pasadas semanas sobre los abusos de la política migratoria cubana se desencadenó una crisis entre tres países de América del Sur. Sin cortar nuestro diálogo, -que podemos continuar de manera paralela en el espacio de la publicación anterior-, veo la pertinencia de retomar la reflexión sobre el tema de los conflictos a partir de esta experiencia suramericana.
Ayer recibí una llamada de un amigo, diplomático, quien eufórico me comunicaba su alegría por el hecho de que se hubiese “puesto fin al conflicto entre Colombia y Ecuador”. Espero no haberle aguado la fiesta cuando le dije que se había contenido la situación pero que el conflicto permanecía hasta que se le diese solución o saliera de nuevo a la superficie con otra crisis. La incursión colombiana en Ecuador no fue un relámpago en cielo sereno.
Tanto la acción colombiana como los manejos que evidencia la documentación incautada a las FARC son inaceptables a la luz del derecho internacional. Si Ecuador se considera víctima de Colombia, éste último puede reclamar ese papel al demostrarse que dos estados vecinos sostenían relaciones estables a sus espaldas con fuerzas conectadas con el crimen organizado y dedicadas a acciones violentas contra el gobierno en Bogota. La única víctima simultánea de todas las partes han sido las normas que para convivir en paz establecieron los estados desde el fin de la II Guerra Mundial.
No es algo nuevo. En el Medio Oriente sucede cuando Hamas o Hezbollah son anidados en países vecinos a Israel y dejan caer cincuenta cohetes sobre ciudades de ese país. Los organismos regionales e internaciones no ponen coto de manera eficaz a la situación y se escudan en que Israel tampoco ha cumplido las resoluciones sobre los territorios ocupados desde 1967. Ante esa situación, Tel Aviv responde para proteger a sus ciudadanos con golpes aéreos que liquidan a algunos de esos grupos y de paso a otros tantos civiles en las cercanías. He visto muchos apretones de manos y conversaciones que han contenido más de una crisis en aquella región, pero todavía no se ha alcanzado una solución al conflicto. Los que se dieron en la Cumbre de Río en Republica Dominicana han desinflado una crisis, pero no han puesto punto final a las circunstancias que dieron lugar a lo ocurrido en la frontera entre Colombia y Ecuador.
Lo grave para nosotros es que esa lógica violenta parece trasladarse a América Latina. Ante la incompetencia o parálisis de las instituciones internacionales y regionales encargadas de exigir el cumplimiento de las normas de convivencia, cada cual se siente impelido a procurarse la seguridad por si mismo. El argumento es atendible por excepción, sólo que si se sigue esa senda nadie terminará seguro.
En el siglo XXI todos los estados, aún los más poderosos, son vulnerables a pequeños grupos irregulares dotados de imaginación y nuevas tecnologías. Ninguno puede erradicarlos sin la cooperación de los demás. Pero las instituciones y el derecho internacional han quedado relegadas a apagar fuegos –de ellas se acuerdan, como de Santa Bárbara, cuando truena-, pero no a erradicar conflictos. Y los conflictos internos a menudo terminan transformándose en crisis regionales.
En la raíz de todo conflicto hay una necesidad básica negada al prójimo. Puede ser la del ejercicio de la libertad, la posibilidad real de acceso a una vida material digna, el respeto a la identidad propia (nacional, religiosa, racial, étnica u otra), vivir en seguridad y muchas más. Esa opresión esta latente hasta que el afectado reclama sus derechos. Si no es atendida de manera convincente, su perspectiva puede ser persuadida por las voces de quienes atizan rencores comprensibles en beneficio de su propia agenda. Del resto se encarga la espiral de violencias y odios que se desaten.
En nuestra región se vienen acumulando situaciones conflictivas dentro y entre estados. La respuesta que algunos alientan no ha sido la de revolucionar la democracia como medio de gestión, sino la de remplazarla –valiéndose de sus propios libertades y movilizando el rencor por las necesidades básicas desatendidas- con regimenes demagógicos de vocación autoritaria. Lejos de mejorar la situación regional ella ha venido empeorando como resultado de esa estrategia de polarización.
Continúa la guerra civil en Colombia. Otra acecha en Bolivia. Crece la intolerancia política y violencia en Venezuela. Escalan las tensiones fronterizas entre Colombia, Venezuela y Ecuador. A otra escala, sucede igual entre Uruguay y Argentina. Se ha iniciado una contagiosa carrera regional de armamentos. Y Cuba – país que atravesó dos guerras civiles en la segunda mitad del siglo XX- se adentra en una nueva fase de su prolongado conflicto a cuya solución estructural se resiste una minoría que deriva beneficios del actual status quo. Lo interesante es que algunos de esos conflictos tienden a entrelazarse y por ello siempre poseen el potencial de generar situaciones de mayor gravedad.
¿Cuándo y donde será la próxima crisis? Observen el mapa de conflictos de la región y adivinen. Hay una bomba de tiempo esperando por estallar en más de un lugar. En todos ellos hay un personaje del que hablaré más adelante: el fanático. Ese, por cierto, fue el gran derrotado en las elecciones españolas del domingo
Publicado en: Cambio de época | Actualizado 11/03/2008 0:39