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Diálogos y discusiones

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Términos como discusiones y diálogos, si bien pueden resultar relativamente intercambiables en su empleo coloquial, tienen contenidos diferentes cuando nos referimos a ellos como metodologías para abordar situaciones de conflicto.

Bárbara nos dice en su último mensaje:

Muy buena la teoría...no es sorna, de veras. Pero ¿cómo?, ¿cómo?, ¿cómo se puede lograr el diálogo con aquellos que quieren aplastar a los demás? Y lo más importante ¿cómo lograr el diálogo? si usted mismo reconoce que el factor cultural es importante...y nosotros no somos suecos, ni canadienses.

Creo que el primer paso es no confundir el diálogo con la discusión, polémica o debate.

Las polémicas son ejercicios en las que cada parte tiene creencias que considera “suficientes” en el sentido de no pensar que aquellos que no las comparten puedan tener tan siquiera un argumento que valga la pena tener presente.

Los debates están orientados a “ganar” la polémica y “derrotar” los criterios que no se comparten. Para alcanzar ese objetivo se emplean diversas técnicas como son –entre muchas otras- las de descalificar al emisor del otro mensaje (así no se tiene necesidad de considerar seriamente sus argumentos), tergiversar lo que el otro ha afirmado y atribuirle afirmaciones que no ha hecho, movilizar las emociones del público en lugar de su raciocinio o desviar la discusión hacia otros temas.

En Cuba el diálogo es hoy casi inexistente, mientras que la famosa “batalla de ideas” tiene más que ver con la movilización de masas y emociones que con una polémica, porque se publicitan los argumentos propios y apenas se muestran los del oponente.

Por otro lado, las expresiones de una parte de los comentaristas en estos blogs son un excelente material para el estudio de las prácticas que aludimos anteriormente. La libertad de expresión de la que gozamos en el exterior es empleada a veces para debatir, otras para vociferar, rara vez para dialogar. Basta con analizar el lenguaje y los recursos empleados en algunos de esos textos para percatarse de que no pocos de sus autores son personas que favorecen los debates de naturaleza más destructiva. El culto a la intransigencia, la percepción maniquea de la realidad, la pretensión de suponer que se monopoliza toda la verdad, siempre ha estado presente en ideologías diferentes y hasta contrapuestas.

No se trata de que las polémicas o debates sean innecesarios o que quienes se enfrascan, a veces pasionalmente, en ese ejercicio lo hagan siempre por motivos dudosos o cuestionables. El punto es que las polémicas, si bien sirven para contrastar criterios, resultan insuficientes e inapropiadas para la resolución de conflictos. En especial porque no constituyen mecanismos de comunicación, sino torneos de oratoria para vencer a un oponente. Su resultado es a menudo incrementar los niveles de incomunicación y rencor en lugar de reducirlos. Por lo demás, es sabido que ciertos argumentos pueden ganar no por sus propios méritos, sino por la elocuencia persuasiva del orador al aplicar las técnicas antes mencionadas. Esto no debiera ser de difícil comprensión para los cubanos dada nuestra historia reciente.

El diálogo es otra cosa. Tiene objetivos, premisas y técnicas radicalmente diferentes a los empleados en los debates y polémicas. En estas últimas se escuchan cuidadosamente los argumentos del adversario con el objetivo de buscar sus lados débiles para luego atacarlos y salir “vencedor” ante la opinión pública. Si se encuentra un solo punto vulnerable en la exposición del oponente se cuestionan, a partir de él, todos sus argumentos. En los diálogos, por el contrario, se intenta identificar yentender cuáles son los supuestos, creencias, experiencias, percepciones y necesidades legítimas del otro para tomarlos en cuenta, o incluso aprender algo de ellos, no para “vencerlos” frente a terceros.

El diálogo entre partes en conflicto es posible cuando ellas han llegado a la conclusión de que la victoria absoluta sobre su adversario es incierta, improbable o imposible. Mientras las dos partes no están persuadidas de que el diálogo es su mejor alternativa no es factible ponerlo en marcha.

En el diálogo no se busca “vencer”, sino encontrar fórmulas pactadas para el manejo del conflicto que atiendan aquellos intereses de las partes que puedan ser considerados legítimos. Aquí “ganar” es encontrar salidas satisfactorias a las partes. La victoria es encontrar un modo en que todos ganen.

Sin embargo, siempre hay un tipo de participante en esos diálogos que es necesario aislar. Ellos no admiten el diálogo por lo que hay que asumirlos desde la polémica. Se les conoce por “aguafiestas” o “saboteadores”. Son individuos o grupos a quienes la permanencia del conflicto sirve mejor sus intereses. Pueden predominar en alguna de las partes, o estar presentes en todas a la vez. Estos inmovilistas ejercen una influencia negativa cuando intentan obstaculizar todo diálogo en nombre de la supuesta pureza de sus principios para así evitar que sus colegas lleguen a soluciones. Una de sus técnicas ante todo intento de diálogo consiste en polarizar a los participantes y atrincherarlos en su aprendida intransigencia. Identificar y desenmascarar –oportunamente- a los saboteadores del diálogo es imprescindible para ambas partes de un conflicto. Aquí la polémica con esos personajes se nos presenta como recurso inevitable.

Una “incidental”: Las recientes asambleas en Cuba para analizar el estado de la sociedad y recibir propuestas para “mejorarla” no llegan a clasificar ni como polémica ni como diálogo. El modo en que fueron diseñadas no supone una interlocución con las autoridades, sino un monólogo en su presencia. El que en esas circunstancias intentase una polémica podía quedar como un boxeador haciendo sparring con su sombra, y quien buscase un diálogo pudo ser confundido con una versión actualizada del Caballero de Paris.

La dirigencia cubana abrió la posibilidad de expresar opiniones y formular propuestas sobre ciertas zonas de la realidad (hay temas tabú), de manera fragmentada (no se hace público el contenido de las reuniones) y controlada, (al insistir en la imposición de axiomas inapelables y afiliaciones ideológicas excluyentes como límites infranqueables para poder participar). Eso no quiere decir que el proceso fuera irrelevante; no lo fue, pero ese es otro tema.

Tampoco alcanzan la categoría de diálogo las reuniones celebradas en La Habana en años recientes con la suavemente llamada “comunidad cubana en el exterior”. Lo que mas asemejó un diálogo fue el proceso de intercambios que culminó a fines de la década de los setenta en la liberación de unos 3,600 prisioneros políticos y la flexibilización para permitir que los cubanos en el exterior pudiesen viajar a los familiares en su patria con regularidad y viceversa. Las posteriores reuniones no se han acercado en calidad -aun teniendo presente sus limitaciones- a la que tuvo lugar hace casi treinta años.

Describir esas reuniones como encuentros de la Nación y la Emigración es ya una falacia. Las diásporas son siempre parte de la nación. Nacionalidad y ciudadanía pueden coincidir o no, pero no son conceptos equivalentes. Por otra parte, no es posible que una parte decida la sede, la lista de invitados, el contenido de la agenda, controle los micrófonos, y luego afirme que hubo un diálogo. Eso no quiere decir que sean criticables quienes se han asomado a esos espacios en un esfuerzo, loable aunque hasta ahora infructuoso, por transformarlos en un genuino intercambio de pareceres y perspectivas.

Las guerras se ganan en el campo de batalla. Los conflictos se resuelven en las mesas de diálogo. Después de invadir y ocupar exitosamente a Afganistán e Irak, Estados Unidos ha venido a reconocer, años y muertos mediante, que el conflicto no quedará resuelto sin lograr la reconciliación nacional. Se han iniciado conversaciones, diálogos y alentado pactos –algo hasta ahora “impensable”- con diferentes grupos étnicos y tribales que han venido enfrentando, de manera mortífera, a las tropas de Estados Unidos en esos países.

Las dos últimas guerras civiles que atravesó la nación cubana (1952 – 1959 y 1960 – 1965) concluyeron desde el punto de vista militar, pero no se ha dado solución definitiva a la raíz del conflicto endógeno: la necesidad de compatibilizar las instituciones democráticas con un tipo de desarrollo nacional socialmente inclusivo. ¿Por qué no probar el diálogo en las actuales circunstancias?

Cuando se aísla a quienes en ambos bandos tienen interés personal o de grupo en mantener el conflicto se hace viable su solución. Una vez neutralizados quienes intentan sabotear el diálogo se hace factible el uso de la herramienta que, para sobrevivir, tuvo el homo sapiens: la capacidad de comunicarse por medio del lenguaje. Los cubanos comenzamos a adentrarnos en un tiempo en que las palabras dejarán de ser armas arrojadizas de la "batalla de ideas" para devenir en vehículos de interlocución.

En mi comentario de la pasada semana mencioné al Dr. Lino B. Fernández, quien estuvo preso por diecisiete años. Hoy tengo la oportunidad de presentarlo en el video que aparece a continuación. Este corto forma parte de una serie de mini entrevistas con criterios de varias personas acerca de la noviolencia, el diálogo y la reconciliación.

Decenas de miles de cubanos desde 1959 lucharon –de manera política o violenta- por defender el derecho a discutir y decidir, de forma pública y transparente, el camino que convenía emprender al país en aquellos momentos. Por ello sufrieron prisión, cuando no encontraron la muerte o tuvieron que exiliarse. Muchos trabajan hoy por la transformación gradual, pactada y no violenta de la sociedad cubana. Las visicitudes de Lino y su esposa Emilita, atrapados por la lógica implacable de aquel capítulo de la historia de Cuba, ha sido recogida ahora en forma novelada bajo el título Fighting Castro: a love story (2007).



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Sobre este blog

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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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