¿Disolvemos al pueblo?
Juan Antonio Blanco | 01/04/2008 1:33
Tengo un amigo cubano que es brillante creando programas de computación. Él me explicó el verdadero significado del llamado “lavado de cerebro”. Cuando era niño esa frase me sonaba siniestra e imaginaba un verdugo conectando cabezas con alguna máquina de lavar. Luego aprendí que el tema no pertenece a la ciencia ficción, sino constituye una realidad más sutil.
Todos tenemos un “programa” en nuestro cerebro –decía mi amigo- que sirve para bloquear ideas que resulten extrañas a nuestras creencias, del mismo modo que un equipo eléctrico tiene un circuito para protegerlo de una subida súbita del voltaje. Si la tensión eléctrica se incrementa, el circuito de protección bloquea el acceso de la corriente al resto del equipo. Según la tesis de mi amigo, las personas tenemos una suerte de “programa de protección” de nuestras ideas y convicciones que bloquea todo dato de la realidad que entre en conflicto con aquello que creemos, sea el socialismo o la existencia de extraterrestres entre nosotros.
El pensamiento creativo consiste en la capacidad de cuestionamiento de nuestro tradicional sistema de creencias al examinar un fenómeno. Cuando carecemos de esa capacidad nos volvemos rehenes permanentes del pasado y tendemos a reproducirlo con nuestras acciones. Eso sucede porque intentamos entender el presente con nuestra mirada puesta en el pasado. No vemos lo novedoso de cada situación ni ajustamos nuestra conducta a una realidad cambiada.
Cuestionar regularmente nuestras creencias, compararlas con otras perspectivas y así validarlas o desecharlas, no es tarea sencilla. Se facilita en sociedades abiertas y democráticas, con acceso a diversas fuentes informativas y opiniones, pero se dificulta cuando vivimos en una sociedad cerrada donde la información y la educación son celosamente controladas por el poder. Ese es el modo en que las sociedades totalitarias controlan los pensamientos y conductas de sus súbditos y también el método de mantener la sumisión a las órdenes superiores dentro del microcosmos de células conspirativas y terroristas.
En política, la capacidad de pensamiento creativo que tengan los líderes del gobierno y la oposición es asunto de vital importancia. Las experiencias vividas por unos y otros forman sistemas automáticos de creencias que actúan como “filtros” selectivos de su percepción de la realidad. A veces, de su capacidad para superar ese límite mental depende la guerra o la paz.
Me percato de que mi amigo llevaba razón. Lo he notado en estos días a partir de algunas reacciones a la Declaración de Concordia publicada en este Blog. Cuando se carece de pensamiento creativo es preferible dedicarse a la profesión de soldado y no a la política que, -como “arte de lo posible” y hasta de lo que aparenta no serlo-, requiere del pensamiento complejo.
Quienes padezcan de bloqueos mentales en cualquier orilla podrían considerar lo siguiente:
- El cambio es inevitable. Lo único que podemos hacer es asegurarnos que ocurra de manera constructiva y represente un progreso respecto al presente y pasado.
- La mejor manera de acabar de manera definitiva con nuestros enemigos es transformarlos en corresponsables del cambio o adversarios. La continuidad de la confrontación sólo reproduce y multiplica enemigos.
- Si se desea alcanzar la paz hay que hablar con los enemigos, no con los amigos. La idea de que conversar equivale a negociar, darle fuerza al enemigo o capitular, es profundamente errónea y cierra todo camino que no sea el de eternizar el conflicto.
- Las recetas del pasado no funcionan en un presente cambiado. El mundo y la Cuba de hoy (incluyendo al gobierno, el pueblo y la oposición), para bien o para mal, no son los del siglo XX.
- Las etiquetas y conceptos operan como camisas de fuerza de la imaginación bloqueando soluciones creativas. Antes que discusiones estériles, contraponiendo “socialismo” y “capitalismo” con citas Marx o Hayek, es más productivo interrogarse sobre el tipo de país en que nos gustaría vivir y cuales serían los rasgos de una sociedad decente para construirlo.
Bertold Brecht, al ver los tanques soviéticos irrumpir en Berlín en 1953, expresó con fina ironía: “¿No sería más fácil que el gobierno disuelva al pueblo y elija otro? “
Aunque parezca sorprendente, la situación absurda que resalta esa frase sería la consecuencia lógica a la que conduce una concepción vanguardista en la que un grupo de personas se considera iluminada y considera merecer el derecho a que el resto las sigan de manera permanente.
La elite de poder en la isla sin duda ha padecido siempre de esa creencia. Pero también la padecen algunas personas que ubicadas en la oposición se sienten frustrados cuando quienes viven en Cuba no se muestran receptivos a su forma de pensar ni dispuestos a seguirlos. El problema que han tenido todos los que alguna vez compartieron esa perspectiva – desde el poder o la oposición- es que fueron trascendidos por la Historia.
Quizás ha llegado el momento de asumir un pensamiento creativo a ambos lados de nuestras barricadas.
Publicado en: Cambio de época | Actualizado 01/04/2008 1:42