El Saboteador en Jefe
Juan Antonio Blanco | 20/12/2007 1:31
Algunos mensajes recibidos en relación con mi comentario del pasado martes indagan en dos direcciones.
Reinaldo escribe:
He leído el intercambio con El Censor y como él, me asaltan dudas. ¿Excluir del diálogo? ¿Y quién le pone el cascabel al gato? ¿Cómo se decide quien es excluible? (…) Lo que quiero decir es que no gusta el concepto de que un “saboteador” tiene que ser excluido.
Malinche pregunta:
Doctor, y la guerra económica que tiene el muy negociador y civilizado imperio (luego de despedazar millares de almas inocentes con bombas, claro) con nuestra isla, como tendría que terminarse según la flamante teoría del diálogo???
He decidido no esperar al próximo martes y adelantar mis comentarios.
Sintéticamente podría responder a Reinaldo del siguiente modo: cuando una de las partes en conflicto está interesada en encontrarle salida y comprueba que entre sus filas existe una persona o grupo que sabotea deliberadamente esa posibilidad deben tomarse medidas para neutralizar su influencia. ¿Quién ha de decidir sobre el aislamiento de los saboteadores? El propio grupo al que pertenece y afecta con su conducta. Aterricemos el tema donde nos invita Malinche: el conflicto bilateral con EEUU. No se le debe permitir a Fidel Castro que sabotee y haga abortar, en fase temprana, la posibilidad de desarrollar un diálogo fructífero con Estados Unidos. Ya lo hizo tres veces en el pasado con las administraciones Kissinger - Ford, Carter y Clinton. Tampoco el exilio debería permitir que el tema cubano sea sometido a una lógica política electoral -sea nacional o floridana- que es ajena al interés de su mejor solución.
A partir del criterio expuesto arriba paso a responder la otra pregunta. Creo, Malinche, que se podrían hacer tres cosas.
La primera, impedir que el Comandante en Jefe, para servir su agenda inmovilista, obstaculice o sabotee toda perspectiva de mejoramiento de la sociedad cubana y de las relaciones con otros gobiernos -además del de EEUU- que no son de su agrado.
La segunda, permitir que existan libertades de pensamiento y expresión para que los cubanos que están inconformes con el modo en que se ha manejado la relación bilateral con Washington y otros asuntos relevantes puedan presentar propuestas alternativas. La libertad de expresión en Estados Unidos hace posible cuestionar la posición de George W. Bush en torno a cualquier tema, incluyendo el de Cuba. La opinión pública y los medios de prensa estadounidenses han denunciado el uso de la tortura por la CIA, las detenciones ilegales en Guantánamo, y han planteado, más recientemente, la necesidad de dialogar con la insurgencia iraquí, Irán y Corea del Norte.Otro tanto sucede con los temas de la agenda doméstica estadounidense. Cuando en Cuba sea posible debatir públicamente el curso de todas y cada una de las políticas gubernamentales, la economía también será más eficiente. La libertad de expresión tiene una dimensión económica, como asevera el Premio Nóbel Amartya Sen.
La tercera, que el gobierno cubano ponga fin a la “guerra económica” contra las fuerzas productivas cubanas y al “bloqueo político” que pesa sobre la imaginación de los jóvenes, para que puedan emplearla en servir al país en lugar de usarla ideando modos de escapar de él. Liberar las fuerzas productivas nacionales supone la normalización de relaciones con la diáspora y su inclusión en el desarrollo nacional. Bastaría con permitir la inversión de las remesas en negocios familiares conjuntos para multiplicar empleos, productos y servicios que beneficiarían tanto a los que reciben esa ayuda de familiares en el exterior como a los que no tienen esa posibilidad. No hace falta encontrar un nuevo mecenas extranjero. Lo que se requiere es que los cubanos levanten –juntos- el país. Resolver el conflicto entre cubanos no puede ser considerado una prioridad secundaria respecto a la solucion del mal llamado "diferendo" con Washungton.
Pero el socialismo de Estado no solo asfixia la iniciativa privada del micro empresario, cooperativista y cuenta propista, sino también la de sus funcionarios Cuando en una reciente asamblea con jefes de empresas se preguntó ¿cómo podemos mejorar la productividad sin que pidan más dinero? todos reclamaron que descentralizaran la gestión administrativa.
Los obstáculos que enfrenta cualquier administrador estatal cubano por el exceso de controles y regulaciones parecen sacados de alguna obra de Kafka. Una empresa no tiene suficiente capacidad de almacén y tiene que construir nuevas instalaciones; mientras que otra tiene varias naves vacías, pero no puede venderlas o rentarlas porque “está prohibido” dar ese servicio. Otra compañía tiene que recapar las gomas en uso, pero la recapadora no está funcionando; como consecuencia se paraliza la transportación de la empresa a pesar de que tiene un depósito de gomas nuevas con el peligro de que se pudran, porque “está prohibido” usarlas. La orientación es recapar primero. Otra regulación impone la autorización de dos jefes y cuatro cuños para comprar el cartucho de una impresora… ¡en fin! Creo que no hace falta seguir con los ejemplos para tener idea de la magnitud de la locura. La economía cubana es parte de un gigantesco manicomio. Culpar la “guerra económica” del “imperio” por sus disparates es hoy un argumento que cuenta con escasos simpatizantes entre los dirigentes y la población. Por lo pronto, el General Raúl Castro no parece dispuesto a seguirla aceptando como excusa.
Hacer lo que menciono más arriba no depende de nadie en el exterior, ni de la recepción de nuevos recursos. No hay que esperar por un nuevo presidente en Washington “a ver si levanta el embargo”. Tampoco se supedita su implementación al petróleo venezolano, angoleño o brasileño, ni a la extensión de créditos chinos o rusos. Lo que se requiere es dar inicio al entierro del socialismo de Estado. Ese que ha sido rechazado por los venezolanos en su referéndum y por los cubanos en el reciente proceso asambleario. Ese rechazo sigue más la lógica elemental de Mafalda que la propaganda que se atribuye a los “agentes del imperio y sus mercenarios”.
Los miembros del Consejo de Estado y el Buró Político del Partido, encabezados por Raúl Castro, tienen que decidirse, finalmente, a defender el derecho a ejercer la autonomía de pensamiento e iniciativa. La de ellos y la del resto de los cubanos. El “Saboteador en Jefe” no debe continuar teniendo la capacidad de bloquear el porvenir. Es hora de cuestionar las etiquetas maniqueas y explorar todos los diálogos posibles. Fuera de Cuba se han extendido manos que esperan respuesta para iniciar, al menos, una conversación, - exploratoria y preliminar-, sobre la posibilidad de abordar temas humanitarios puntuales con personas que resulten mutuamente aceptables. Podría ser un buen comienzo que abriera espacio a un genuino diálogo de mayor alcance.
No es que se les acabe el tiempo; es que se vive ya otro tiempo.
Publicado en: Cambio de época | Actualizado 20/12/2007 2:05