Unamos la nación
Juan Antonio Blanco | 12/08/2008 1:08
En la isla, el régimen totalitario necesita de un enemigo externo que infunda el temor al cambio y por ello anda siempre a la caza de actitudes y hechos que nutran la cada vez más deteriorada leyenda de la mafia miamense. Conozco personas contrarias al régimen cubano que todavía dicen por lo bajo, “pero me preocupa que se meta esa gente de Miami”. Llevan cinco décadas consumiendo una caricatura de Miami que es un híbrido entre Esteban Ventura Novo y Tony Montana. Lamentablemente hay representantes de la prensa internacional que por facilismo también alimentan viejos estereotipos sobre los exiliados de la isla.
La diáspora cubana, sin embargo, incluye pero no se limita al grupo de personas que frecuenta ciertos cafés en la Calle 8 como quieren hacer creer algunos periodistas. Hoy son más de dos millones de personas de varias generaciones, portadoras de múltiples ideas y localizadas desde Alaska hasta Australia. Miami sigue siendo, en efecto, el lugar donde un mayor número de cubanos desterrados intentan rehacer sus vidas y ayudar a los que dejaron atrás. Eso es digno y respetable. Ellos, y toda la diáspora de desterrados cubanos –porque eso es lo que somos- diseminados por el planeta, son parte de la nación. La otra está en Cuba. Unirlas debiera ser la prioridad primera.
Lo que hoy vivimos es una vergüenza que ni la afiliación ideológica del estado cubano puede ya explicar. China, gobernada por el partido comunista, se siente orgullosa de que Yao Ming, estrella del NBA en Estados Unidos, abra el desfile olímpico junto a un niño sobreviviente del terremoto que asoló aquel país y a cuya recuperación contribuyó este atleta. Por su parte, el actual gobierno cubano le hace el juego a su rencoroso Asesor en Jefe que acusa de traidores a aquellos deportistas que han deseado medirse contra profesionales de su especialidad y exige que nunca se les permita volver a su patria. Quiere seguirlos excluyendo de la nación a la que pertenecen.
La “nación” –entiéndase- no es una isla llena de palmas; somos nosotros, nuestras familias, amistades y sueños. Los que están dentro y fuera de Cuba. Nuestras ideas y preferencias no deciden nuestra condición de cubanos como pretenden algunos. La soberanía nacional tampoco es una prerrogativa estatal. Es el derecho que todos tenemos a expresar y hacer cumplir nuestra voluntad. Es prerrogativa del pueblo; no del Estado ni de un gobierno que la ha conculcado y pretende ejercer su representación.
El tema de quién es el soberano viene muy al caso cuando el gobierno por un lado enmudece mientras en Moscu se discute abiertamente la conveniencia de establecer bases en la isla y luego corre a vociferar su apoyo a los rusos cuando aquellos entran en algún conflicto con países en su periferia. ¿A cuánta gente en Cuba le interesa que se haga un rápido pronunciamiento gubernamental sobre la invasión de Ossetia del Sur mientras el pueblo ha venido esperando reformas imprescindibles de las que cada vez se habla menos?
Todos somos la nación cubana, la soberanía es nuestro derecho y la patria a todos pertenece. El totalitarismo fragmentó la nación y desea mantenernos en esa condición. Solo reunificando lo que hoy pretenden aislar es que podemos hacer valer nuestra voluntad soberana sobre ese estado y gobierno.
Un muro no se quiebra construyendo otros. Cuando tumbemos los que existen –como ocurrió al caer el de Berlín- el totalitarismo cubano tendrá sus días contados porque fragmentar la nación, separando y contraponiendo a sus hijos, es un pilar central de su estrategia de poder. No permitamos que la pasión y la lógica del rencor –por comprensibles que sean- nos conduzcan a colaborar con la política totalitaria.
Aíslese el totalitarismo; unamos la nación. Entonces, ¿qué hacemos para lograrlo? ¿Hasta cuándo vamos a tolerar los muros que nos dividen?
Publicado en: Cambio de época | Actualizado 19/08/2008 2:37