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Muchachos, no tengan miedo

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Un puñado de artistas les coló un gol a todos los que creyeron imposible lo que ocurrió el domingo en Cuba.

Ante un millón y medio de personas se habló de libertad, de presos, del exilio, y de una sola familia cubana. Se saludó desde la tarima a los Aldeanos y a Silvito El Libre cuya actuación fue proscrita por el gobierno. Sobre todo, se instó a los “muchachos” –en un país desgobernado por una gerontocracia-- a que no tuviesen miedo, porque es tiempo de cambiar y el futuro es de ellos. Lejos de asumir que el problema que hay que atender es el conflicto bilateral entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, los músicos visitantes centraron sus llamados a trascender el conflicto interno que liquidó la libertad y dividió a los cubanos.

Si los artistas hicieron lo suyo el pueblo hizo el resto. Pese al desvanecido trasporte público, inundó la plaza sin que le pusieran buses desde cada fábrica y centro de estudios como se hace para lograr la asistencia a los actos políticos. Ausentes estaban las tradicionales ventas de refrescos y los regalos masivos de camisetas que el gobierno dispensa a quienes suelen agitar banderitas cuando se les convoca a ese espacio. También se escogió la peor hora de un caluroso verano cubano para ofrecer “generosamente” esa plaza a los músicos. Pero nada desalentó a los habaneros. Saltaron por encima de cercas y barandas y se apropiaron de los espacios reservados en primera fila a privilegiados y porristas. El Ministro del Interior tuvo que descender de su auto y pudo caminar hasta su oficina gracias a la diligente acción de sus soldados.

Los que allí dificultaron el paso de los dioses y elegidos eran jóvenes. Los mismos que sólo piensan en largarse del país sintieron que de algún modo se habían apoderado -aunque fuese por pocas horas- de un espacio propio. La plaza en la que se acostumbra tocar himnos marciales y se ensalza la violencia y la muerte fue tomada por jóvenes que cantaron al amor y a la vida. No gritaron todas las cosas que hubiesen deseado, pero disfrutaron sabiendo que en ese breve espacio de tiempo cada minuto era para ellos. La plaza fue de ellos.

Un sentimiento de reapropiación de la dignidad pisoteada –apenas un instante al que puso fin la seguridad-- recorrió la multitud cuando Juanes y Bosé ayudaron a subir a la tarima a un joven negro que, descamisado, ondeaba una bandera nacional mientras ellos cantaban a la libertad. En ese joven humilde que agitaba orgulloso su bandera se vieron reflejados millones de cubanos, de dentro y de fuera, como la gran familia cubana que evocaron los artistas.

Hoy todo es igual en apariencia. Lo mismo sucedió con Woodstock. Los sismos culturales se hacen sentir en plazos dilatados.



¿Rock sí, clásica no?

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¿Alguien en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos tendría la amabilidad de explicar bajo qué lógica es permisible el concierto de Juanes en una plaza pública en Cuba (que no era una plaza cualquiera), pero no el de la Orquesta Filarmónica de New York en un teatro?

¿Pudieran decirnos por qué razón ese concierto entra en conflicto con los intereses de Washington, pero no sucedió igual cuando la misma orquesta fue autorizada a tocar en Corea del Norte, país todavía en guerra con Estados Unidos? Nunca se ha dado fin oficial al enfrentamiento bélico entre ambos`países, y Corea, además de poseer un programa de armas nucleares, acostumbra a sorprendernos lanzando misiles que siempre se sabe de dónde salen pero ni quienes los lanzan pueden pronosticar dónde van a caer.

Recuerdo la anécdota de aquel (i)responsable de cultura de un pueblo cubano que cuando se dio cuenta de que la música que tocarían los artistas que visitarían su población no era muy popular, movilizó a las masas con carteles que exhortaban, “El domingo a bailar y a gozar con la Sinfónica Nacional”. ¿Hay alguien en la OFAC que crea que ya el pueblo cubano bailó y gozó con Juanes y no hay que facilitar que lo haga todos los meses? ¿Es demasiada pachanga? Explanation someone, please!



Ramiro y el pichón

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Ramiro Valdés quiso explicar de modo didáctico la gravedad de la actual situación a la población acudiendo a una metáfora. El pueblo, dijo, no podía seguir abriendo el piquito como hacen los pichones cuando esperan ser alimentados. “Si lo que quiere es “jama” como dice Pánfilo, va a tener que trabajar duro para alcanzarla”, era el mensaje que probablemente tenía en su cabeza e intentó trasmitir del modo más poético del que fue capaz. Pero el problema del pichón cubano es que no está libre en un nido de su propiedad, sino extingue su existencia encerrado en una jaulita que controlan los jefes de Ramiro.

El verdadero problema de ese pichón es que no lo dejan volar. Qué más desearía el pobre que poder buscarse por si mismo el sustento sin que lo persigan y asfixien. Cuánto no agradaría al pichoncito poder librarse para siempre de su pretendido benefactor estatal.

Si finalmente se permitiese a todos los cubanos desarrollar sus propias iniciativas de negocios en la producción y servicios, la metáfora del pichón apenas quedaría para los futuros historiadores del actual desastre económico. O quizás pudiera emplearse en las clases de economía para demostrar que sin libertad no hay desarrollo sustentable.

jablanco96@gmail.com



Entre Palin y Penn

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No estamos solos los cubanos cuando pretendemos saber la solución de cada entuerto. Si lo dudan , tomen nota del modo en que tanto conservadores como liberales en Estados Unidos siempre creen tener la última palabra sobre cómo arreglar nuestros problemas. Unos suponen que basta con apretar más las clavijas del embargo para que todo cambie en Cuba. Otros creen que apenas hay que levantarlo unilateralmente para que todos se den la mano en la isla y a través del Estrecho de la Florida. Ambos olvidan que el conflicto tiene raíces cubanas aunque se haya internacionalizado desde el inicio. Es por ello que suponen que los problemas de Cuba se pueden resolver en Washington.

Con la elección de Barack Obama – ¡albricias! – se presenta una nueva oportunidad para abordar la cuestión de Cuba desde una perspectiva más creativa. Es sólo una oportunidad. Aprovecharla supone forjar una política que se aleje de la noción de que estamos ante una película de Hollywood con buenos y malos. Nuestro problema es más complejo, y dista mucho de ser como lo entienden, con peores o mejores intenciones, conservadores como Sarah Palin o liberales al estilo de Sean Penn. La oportunidad que ahora se abre puede cerrarse mañana si no aprendemos primero las lecciones de este medio siglo. Una de ellas es que el sostenimiento del embargo tiene simpatizantes no sólo en el Capitolio de Washington, sino en el Consejo de Estado en La Habana.

Cada vez que en los últimos cincuenta años ha existido una posibilidad de diálogo bilateral o indicio de voluntad política para buscar salida al conflicto entre Cuba y los Estados Unidos, algún hecho vino a abortarlos antes de que fructificasen. La lista es larga y las responsabilidades pueden ser distribuidas entre ambos bandos. Pero es particularmente aleccionador el más reciente episodio ocurrido en 1996 –año electoral en Estados Unidos- cuando la Administración Clinton hizo saber a La Habana que, ante la posibilidad (entonces remota) de que la Ley Helms Burton fuese aprobada, la Casa Blanca la vetaría. Bill Clinton deseaba explorar la posibilidad de normalizar las relaciones bilaterales en su segundo mandato y así lo dio a entender. Vale la pena examinar el fracaso de esa buena intención liberal ya que la frustración de las políticas impulsadas por administraciones conservadoras es más que evidente.

Temeroso de perder el voto cubano- americano en la Florida, el presidente de Estados Unidos no actuó con suficiente antelación y firmeza para impedir los vuelos de Hermanos al Rescate que por aquel tiempo habían dado un giro novedoso en sus operaciones de salvamento a los balseros. Sus nuevas iniciativas –internarse en territorio cubano y lanzar octavillas- pretendían representar formas de protesta no violentas, pero resultaban claramente violatorias no sólo de la legislación cubana, sino también internacional.

En Cuba, los enemigos de la distensión estaban al tanto del dilema del presidente. Sabían que la Casa Blanca, por consideraciones electorales, no podría lanzar ninguna acción restrictiva de peso a aquellos vuelos hasta el mes de noviembre y también conocían en detalle -y por adelantado- los planes de esa organización por vía de un espía infiltrado en ella. Estaban seguros de que esas acciones no presentaban ningún peligro real a la seguridad de la isla, pero decidieron aprovecharlas para fabricar una situación que impidiese toda mejoría en las relaciones bilaterales.

Derribar las avionetas ponía al presidente Clinton contra la pared. El registro de las comunicaciones indicaba que no se habían hecho disparos de advertencia ni maniobras aéreas para desviarlas de su ruta. Era un hecho de una magnitud imposible de pasar por alto, mucho más en plena campaña electoral. De las decisiones que le fueron presentadas –suscribir la Helms Burton o bombardear la base aérea de San Antonio- el presidente de Estados Unidos escogió la que creyó más benévola.

La clave en torno al episodio de las avionetas no radica en el lugar en que fueron derribadas, sino en el momento escogido por La Habana para hacerlo. ¿Por qué decidieron volarlas en pedazos en febrero de 1996 si sabían que venían desarmadas y cuando la posibilidad de vetar la Helms Burton y abrir un proceso de distensión era real? ¿Por que no esperaron a las elecciones en noviembre si tenían el monitoreo exacto de las actividades de Hermanos al Rescate? ¿Por qué planificaron meticulosamente su derribo y no maniobras alternativas para modificar la ruta u obligarlas a aterrizar?

Los que hablan del derecho soberano de Cuba a disparar contra las avionetas deberían recordar que Gorbachev -pese a tener igual derecho- no dio la orden de derribar una nave similar piloteada por un joven alemán. Aquella incluso aterrizó en la Plaza Roja después de penetrar profundamente el territorio de la URSS y sobrevolar objetivos militares clasificados. Perder la posibilidad de avanzar hacia la distensión con Occidente representaba para Gorbachev un riesgo más grave a la seguridad de la URSS y el bienestar de su población que la información que pudiese haber recopilado aquella avioneta. Pero la lógica de Gorbachev no es la de Fidel Castro.

Clinton calculó que podía posponer por unos pocos meses el tomar medidas eficaces para impedir los vuelos porque supuso que La Habana los toleraría. Creyó que la lógica de Castro sería priorizar la derrota de la Helms Burton y proceder a un proceso de normalización de relaciones. La Casa Blanca basó su política en un supuesto falso. Pese a las penurias que sufría la población en el llamado Periodo Especial, Fidel Castro no tenía interés alguno en que le levantasen el embargo ni en normalizar las relaciones. Como tampoco hoy le interesa recibir ayuda humanitaria de ese país cuando los cubanos han sufrido la devastación de tres huracanes. Suponer que Castro comparte de algún modo los axiomas de la lógica liberal es el primer paso en el camino errado. Su agenda no la dicta tampoco el marxismo o valores socialistas, sino el más estrecho egoísmo.

Al ser aprobada la Helms Burton por cortesía de la iniciativa del Comandante en Jefe cubano, el poder ejecutivo estadounidense, en clara violación de los preceptos constitucionales, perdió la potestad de decidir la política exterior hacia Cuba y traspasó al Congreso esa responsabilidad. Desde entonces levantar cualquiera de las restricciones codificadas en esa ley sólo puede hacerse repudiando la ley en su conjunto por decisión del Congreso. El congresista Díaz Balart debería reconocer, en justicia, que sin la ayuda decisiva de Fidel Castro nunca se habría aprobado esa legislación.

En La Habana, Washington y Miami hay sectores que siempre han mostrado un marcado interés en descarrilar cualquier distensión. Unos, por un patriotismo mal entendido. Otros, porque en cualquiera de las dos orillas han encontrado un provechoso modo de vida en la prolongación del conflicto, del mismo modo que lo hacen las FARC en Colombia.

Ahora que en algunos centros influyentes de Estados Unidos vuelve a hablarse de reexaminar la relación bilateral con Cuba es pertinente instarlos a que primero se formulen, oportunamente, algunas preguntas sobre la naturaleza de este conflicto e identifiquen quienes son sus actores principales y cuáles son sus intereses. Otras interrogantes no menos productivas podrían ser: ¿A quién podría interesarle que fracasara de nuevo cualquier diálogo o negociación? ¿Qué nuevas –o viejas- piedras y cáscaras de plátano podrían lanzarse al camino de la distensión? ¿Qué medidas pueden tomarse para evitar que los provocadores tengan éxito nuevamente? Para darle una respuesta acertada a esas interrogantes hay que primero alejarse de los simplismos maniqueos sobre Cuba que marcan los supuestos tanto de los conservadores como de los liberales estadounidenses.

Cambiar el contexto externo de este conflicto normalizando la relación bilateral con Estados Unidos incidirá de modo importante sobre el curso que aquel tome en la isla, por lo que siempre reviste especial importancia. Pero ese cambio no asegura per se la dirección que tomen los acontecimientos en Cuba ni aporta la solución definitiva a los problemas de todo tipo que el país enfrenta. El núcleo central del problema fue y sigue siendo cubano por lo que los actores nacionales –diáspora incluida- serán los realmente determinantes en la salida, mejor o peor, que aquel tenga.

El problema de Cuba tuvo su origen en esa isla, no en Estados Unidos. Las políticas de Washington complicaron aun más las cosas, pero no generaron este conflicto. Nuevas politicas de Estados Unidos pueden facilitar la búsqueda de soluciones, pero no las aportarán. Va siendo hora de que asumamos nuestra responsabilidad por el porvenir y abandonemos la creencia de que otros -sean rusos, venezolanos, chinos o estadounidenses; sean conservadores o liberales- serán quienes den respuesta a nuestras vicisitudes.



¿Muñequitos rusos?

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Leí con interés esta mañana las crónicas moscovitas del colega Jorge Ferrer para ser sorprendido, poco después, por la ola de comentarios que ha levantado un reportaje en el periódico Izvestia en el que aseguran que la jerarquía rusa valora la posibilidad de usar a Cuba, una vez más, como ficha de cambio en su política hacia Washington.

En un discurso el pasado año, Vladimir Putin estableció una comparación entre la actual iniciativa de defensa antimisil estadounidense y las circunstancias que llevaron a Moscú a decidirse por emplazar bases con armas nucleares en Cuba provocando la llamada Crisis de los Cohetes en 1962. Ahora Izvestia – a pocas semanas de una discusión entre Putin y Bush sobre las propuestas presentadas por Washington a Polonia y la República Checa al respecto- lanza lo que aparenta ser un globo sonda: que Rusia valora la posibilidad de iniciar vuelos regulares a Cuba de su avión supersónico TU-160, el bombardero nuclear “Cisne Blanco” y el también bombardero TU-95 (“El Oso”).

¿Lo creo probable? No. Como reconoció el propio Putin en la citada ocasión, las cosas han cambiado mucho. Me parece una barata operación diversionista que pretende reforzar la capacidad rusa para negociar el mes que viene con Bush desde una posición de fuerza.

¿Es imposible que suceda? No. En política nada es imposible. Nunca debe decirse "nunca". Pero lo considero improbable. Dudo mucho que los rusos cometan el mismo error que con Kennedy. Cuando se produjo el ataque a las Torres Gemelas decidieron, a toda carrera, cerrar definitivamente la Base de Espionaje Electrónico de Lourdes contra la voluntad expresa de Fidel Castro.

Se sabe que los rusos no instalaron cohetes en Cuba en 1962 para protegerla de un ataque, sino para compensar su desequilibrio estratégico con Estados Unidos y eventualmente poder negociar la retirada de los cohetes que Washington había emplazado en torno a la Unión Soviética. Ahora se dice, con claridad meridiana, que están considerando la posibilidad de una presencia, rotativa pero continua, de sus bombarderos nucleares en Cuba en respuesta a la iniciativa que promueve Washington con dos países del Este de Europa. En toda esta historia el Kremlin, una vez resuelto su problema o para evitar tenerlo, dejó siempre a Cuba el triste papel de “seducida y abandonada”. En 1962, el Comandante se quejó, colérico, del desmantelamiento unilateral de los cohetes. En 1992, de la retirada unilateral del Brigada Militar Soviética y en el 2001 del cierre unilateral de la Base de Lourdes. Pero a los rusos les importó un comino su opinión.

Merecido lo tenía. En estas peripecias, es bueno recordarlo, Fidel Castro cedió, como dueño de un rancho privado, territorio a bases y ejércitos extranjeros a espaldas de toda consulta a la voluntad popular en que radica la soberanía nacional. La Asamblea Nacional nunca discutió los acuerdos, verbales o escritos, mediante los cuales se radicaron a largo plazo en Cuba unidades de inteligencia electrónica y brigadas mecanizadas del Ejercito Rojo.

Aclaro: no estoy excesivamente preocupado por el eventual retorno a estas alturas de los muñequitos rusos. No creo muy factible el regreso del Tío Stiopa. Tampoco entro acá en la discusión sobre el derecho que asiste a Rusia a dar respuesta a la política seguida por Bush hacia ella. Ese es otro tema. La cuestión es que bajo ninguna circunstancia semejante arreglo beneficiaría al pueblo cubano.

Lo que realmente me enerva es la ausencia de una respuesta rápida, digna y contundente del gobierno cubano a esas supuestas “informaciones” de Izvestia sobre las discusiones en Moscú acerca de cómo servir sus intereses estratégicos haciendo uso de un territorio ajeno.

La Habana, tan rauda en rasgarse las vestiduras ante la declaración del más irrelevante personaje del exilio cubano, no se ha pronunciado sobre este asunto, de manera directa o indirecta, hasta el momento en que escribo estas líneas. Y aunque fuese altamente improbable que ese escenario se materialice, no deja de ser indignante que pueda a estas alturas especularse impunemente sobre él.

El actual gobierno cubano no debería demorar más tiempo en expresar su rechazo público al modo indecoroso en que se ha manejado este tema por el Kremlin. La independencia hay que saber defenderla no solo ante Washington, sino también ante Moscú y Caracas, donde algunos tienen la mala costumbre de hablar a nombre de otros o hasta decidir por ellos.



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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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