Hacia una cultura de diálogo
Juan Antonio Blanco | 04/12/2007 3:38
Se repite a menudo que los cubanos carecemos de una cultura del debate. A mi juicio, la carencia es otra: tenemos una cultura de intolerancia que se necesita sustituir por otra de diálogo.
La cultura cubana se ideologizó y transformó en espacio intolerante de confrontación. No es que ella fuera ajena a la intolerancia antes de 1959. La sociedad siempre tuvo un estrecho umbral para convivir con valores y conceptos que le resultasen ajenos. Pero después de esa fecha todo devino en asunto de la ideología y por tanto en supuesto campo de batalla entre el Bien y el Mal. Se nos educó en aquello de que las plumas son fusiles y las palabras balas. Se suponía que cada producto cultural contenía un mensaje. El disenso desde entonces ha sido la línea infranqueable entre nosotros y los otros. Quien disiente no es siquiera un hereje, sino un traidor. Aquel que escribe o expresa ideas opuestas a las que profesamos es el enemigo, a quien hay que odiar con la misma fiereza que pueda sentirse hacia quien porta un fusil en una batalla. Da igual si tienen manos manchadas de sangre o de tinta.
Virgilio Piñera tuvo razón al sentir miedo. Parafrasear la frase con la que Mussolini definió los límites de tolerancia del fascismo italiano para formular la política cultural cubana era un mal presagio. Cambiar la palabra “Estado”, usada por el Duche, por la de “Revolución”, que empleaba el Comandante en Jefe, no era suficiente para que todo cayera en su sitio. Se vivían tiempos exaltados, de amor y de cólera. Eso quizás explique -sin liberarnos por ello de la responsabilidad individual que cada cual ha tenido en esta historia-, que muchos subestimásemos la demostrada capacidad que ya entonces tenía el estado cubano para devorar la revolución y a sus hijos. No haber compartido la visión, el miedo y el coraje demostrado por Virgilio Piñera durante aquella jornada de 1961 en la Biblioteca Nacional ha tenido consecuencias de larga duración en nuestra historia reciente. Desde entonces, los esfuerzos por flexibilizar la política cultural en ciertas áreas siempre han sido bienvenidos, pero la cultura cubana –que trasciende los marcos de decisión de un ministerio- permanece condicionada por el contexto de intolerancia generalizada que impuso el socialismo de Estado.
Si por cultivar una cultura del debate se propone que el arte de la polémica sea puesto al servicio de la descalificación de herejes e ideas disidentes, flaco servicio se aportará al propósito de avanzar hacia una genuina cultura de diálogo que es la que el país realmente necesita. La cultura tiene una gran responsabilidad en facilitar los espacios de encuentro y diálogo para asegurar que las transformaciones que se avecinan puedan llegar a ser –perdonen el recurrir a un lugar común, pero vigente- “con todos y para el bien de todos”. No me estoy refiriendo a lo que va suceder este año o el próximo, sino a lo que inevitablemente ocurrirá –de peor o mejor manera- en un periodo relativamente breve.
Pero no sólo en Cuba se agotan ideas del pasado. No vivimos una simple época de cambios; vivimos un cambio de época.
Muchos vuelven a invocar hoy el vocablo revolución, pero la que resulta más urgente es la de nuestro pensamiento para poder bregar con desafíos nuevos que intentamos entender y resolver desde nuestras viejas ideas, concepciones y experiencias. Esa revolución del pensamiento demanda una cultura de diálogo y tolerancia como espacio vital para su desarrollo.
Cuba necesita hoy trascender su obsoleto paradigma de desarrollo y las mentalidades asociadas a él. En esta coyuntura la cultura cubana no puede jugar el papel que le corresponde sin cuestionar aquella definición en la que la enjaularon junto al pensamiento de sus más notables creadores y mejores funcionarios. Su imprescindible e impostergable servicio al bien común es el de constituirse en un espacio de cohabitación plural e intercambio permanente entre corrientes de ideas y creadores nacionales y extranjeros.
Es por eso que al inaugurar nuestro blog, del que apenas soy su facilitador, damos la bienvenida a todos: creyentes y ateos, comunistas y anticomunistas, demócratas y autoritarios, neoliberales y socialistas, heterosexuales, homosexuales y bisexuales y a todo el resto del posible inventario de nuestras diferencias. Pero no los invito a debatir o polemizar, sino a dialogar: a escuchar con empatía al otro y expresar con respeto la opinión propia que busca ser enriquecida con la de los demás.
Este blog de comentarios semanales es un espacio para la convivencia plural y el diálogo entre diversas corrientes de ideas. Su presupuesto de partida es que la verdad absoluta no existe y nadie la monopoliza. Aquí todos venimos a ganar del intercambio, no a vencer al otro. A dialogar, no a vociferar. Este es un espacio para expresar criterios, no para desautorizar ideas discrepantes sobre la base de descalificar a quienes las formulan. Nos interesa analizar los mensajes, no los mensajeros. Es posible experimentar la endogamia ideológica en otros lugares de Internet, si eso es lo que alguien prefiere, pero para que este sitio resulte de alguna utilidad al bien común hay que cohabitarlo de manera respetuosa.
Como una coda humorística acerca de las consecuencias de intentar promover la erudición en una cultura de intolerancia, los dejo con este excelente film ( Utopía) de dos destacados jóvenes cineastas cubanos, Arturo Infante, como director y guionista, y Pavel Giroud, como editor. Triste es decirlo, pero el tono de los debates y polémicas que se ven en este cortometraje asemejan los que sobre Cuba aparecen en algunos sitios de Internet. El film ha de servirnos como recordatorio de lo que no ha de hacerse.
Enlace permanente | Publicado en: Cambio de época | Actualizado 04/12/2007 18:42