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Zelaya: “Elecciones, ¿para qué?”

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El traslado de Manuel Zelaya a Tegucigalpa fue fraguado por Chávez y Fidel Castro; e implementado en coordinación con Daniel Ortega y un grupo de líderes del FMLN de El Salvador. El presidente Mauricio Funes no parece haber estado involucrado, aunque es posible que su radical Vicepresidente sí lo estuviese.

El presidente Lula –aunque lo niega-- estuvo en la jugada por sus propias razones y ha tolerado que “Mel” transforme su sede diplomática en un Bed & Breakfast desde donde coordinar cómodamente una insurrección, amparado por la inmunidad del recinto. De hecho, Zelaya sigue técnicamente instalado en un territorio extranjero después de un brevísimo paso por Honduras. Falta por ver si la participación de Brasil en esa acción contribuirá a rescatar los votos de la izquierda afiliada pero alienada del gobernante Partido del Trabajo cuando las encuestas dan hoy por seguro perdedor a esa fuerza política en las elecciones del 2010.

El objetivo inmediato de esta operación fue crear un show mediático, coincidente con el inicio de la Asamblea General de Naciones Unidas, que contribuyese a desacreditar el proceso electoral hondureño. Poniendo a Zelaya a buen resguardo y agitando desde su seguro refugio a las masas para que se inmolen heroicamente, los patrocinadores de “Mel” insisten en provocar una espiral de represión / resistencia como recomiendan los viejos manuales de revolución y guerrillas. Aunque esta nueva jornada no dejara una masacre de saldo basta con el decreto de estado de sitio gubernamental para que los zelayistas puedan vociferar en toda tribuna que ninguna elección puede ser aceptable bajo esas condiciones. Y en eso tienen razón, pero omiten el dato de que hubo una conspiración para crear deliberadamente esa situación.

¿Quién no recuerda a Fidel Castro preguntándose en 1959 “elecciones, para qué”? Pues Zelaya y sus amigos desean convencer a la opinión pública internacional de algo parecido. Desde su perspectiva, lo único trascendente en Honduras sería su inmediata e incondicional restitución a la poltrona presidencial, lo demás es secundario. Se pretende imponer a Honduras una exigencia que nunca se ha demandado antes en países donde los militares, después de golpes y dictaduras, convocaron a elecciones y traspasaron el poder a nuevos políticos civiles, en lugar de restituir a los que habían desplazado si es que aun estaban vivos.

Sin embargo, el proceso electoral es el único instrumento que puede dar una salida no violenta a la crisis y asegurar la paz y estabilidad en Centroamérica. Iniciado hace más de 14 meses bajo la presidencia de Zelaya, los comicios se mantienen con el mismo Tribunal Electoral y candidatos electos antes de los acontecimientos del 28 de junio. La fase primaria de ese proceso había sido incluso monitoreada in situ por la OEA.

Ahora algunos pretenden que los resultados de la votación en noviembre no sean validos, si no es el propio Manuel Zelaya quien traspasa el poder en enero al candidato que resulte electo. Los que asumen esa postura están sepultando la única solución no violenta que hoy existe al no estar las partes en conflicto inclinadas a aceptar ninguna otra. Desacreditar las elecciones hoy equivale a legitimar la violencia de mañana.

La impresentable alternativa a la solución electoral sería la de hambrear al pueblo hondureño con sanciones, alentarlo a emprender una guerra civil o tener que recurrir después que se desate la violencia a una “intervención humanitaria” de Naciones Unidas. Bloqueo económico, guerra fratricida e intervención extranjera. Todas amparadas internacionalmente. ¿No resulta extraño que Castro y Chávez aboguen a favor de sentar la legitimidad de semejante precedente? Ofrecer asilo a una persona en una embajada y permitir que desde ella haga llamados a la insurrección contra el poder, ¿no es una situación que debería ser preocupante para quienes ejercen cotidianamente la represión contra disidentes y opositores en sus respectivos países?

Decretar el estado de sitio y dar un ultimátum al presidente Lula es exactamente el tipo de cosas que se intenta provocar con la operación del retorno de Zelaya. El primero, de mantenerse, deslegitimaría las elecciones. El segundo era innecesario. Ambos son contraproducentes. El asunto no era extender un ultimátum para retirar la inmunidad a la sede de Brasil sino exigirle a la mayor potencia de la región que actúe de manera responsable y conforme a los convenios de Ginebra que norman los límites de la acción de sus representantes diplomáticos. Los patrocinadores de Zelaya saben que en una guerra de nervios se puede inducir al adversario a cometer errores graves e irreversibles y a ello apuestan.

La sociedad civil pro democrática en Honduras y otros países necesita jugar un papel más activo y centrista. Es ella la que puede llamar a la calma a todas las partes, develar las provocaciones e impedir que se caiga en ellas. Son las iglesias, gremios, organizaciones no gubernamentales de ese país las que tienen la posibilidad de impedir que el proceso electoral se distraiga o deslegitime por la presencia de Zelaya o una innecesaria escalada de tensiones bilaterales con Brasilia.

Por su parte, la comunidad internacional no debe jugar a la ingeniería política. Las buenas intenciones no traen resultados positivos cuando son actores externos quienes intentan imponer sus propias soluciones alineándose incondicionalmente con las demandas de una de las partes. Si los dos actores principales de este conflicto resultan irreconciliables la comunidad internacional debe buscar en el proceso electoral la salida en vez de desacreditarlo y agravar la situación.

Los que en cualquier rincón del mundo deseen evitar una tragedia a los hondureños y prevenir un nuevo conflicto en Centroamérica deben contribuir con observadores y recursos a asegurar la transparencia de las elecciones de noviembre. Extender apoyo a esas elecciones es un deber de todo ciudadano, institución y gobierno que desee una salida democrática y no violenta en ese país. Zelaya, si lo desea, puede verlas desde su hostalito brasileño en Tegucigalpa o por la TV instalado en un hotel cinco estrellas de Río de Janeiro ahora que le ha pedido asilo a Lula.

Sin embargo, es necesario tener presente que las elecciones no pondrán fin a la actual conflictividad social, sino son el medio para comenzar a abordar su solución democrática.

Al candidato que resulte electo le deberá corresponder la puesta en marcha de un proceso de reconciliación nacional, y dar respuesta eficaz a la justa y añeja demanda de una mayor calidad democrática y equidad de oportunidades en Honduras. Puede que para ello se hagan finalmente necesarias algunas reformas constitucionales, pero no la de los actuales artículos pétreos, en particular el referido a la imposibilidad de reelección. En vez de eliminarse debiera ser replicado en las constituciones de toda la región.

Dar salida electoral, no violenta, a la crisis; fomentar la reconciliación; mejorar la calidad de la democracia y la equidad de oportunidades sociales en Honduras: Esas --y no otras-- deben ser las metas. Si hay objetivos “políticamente correctos” a alcanzar en esta crisis son esos.



La OEA y el tercer golpe de estado

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Honduras fue escenario de uno de los golpes de estado “a plazos” del pretendido socialismo del siglo XXI. Al igual que ya habían hecho exitosamente en otros países, los impulsores de la revolución bolivariana pusieron en marcha un plan de influencia sobre personas y sectores hondureños. Estaba dirigido a crear las bases de apoyo social para proceder a un cambio de la naturaleza y estructura del Estado.

Pero para sorpresa de Zelaya y sus amigos, los restantes poderes constitucionales en Honduras no estaban dispuestos a ver en su país lo ya sucedido en otras latitudes. Dispusieron el arresto del presidente por su insistencia en violar leyes, trasgredir funciones y tomar una base aérea para rescatar las urnas y boletas que Chávez le había enviado para organizar un plebiscito cuestionando la Constitución.

Sucede que los militares encargados de cumplir la orden de arresto legalmente radicada, tomaron la iniciativa ilegal de depositarlo en payamas en San José de Costa Rica. El resto de los acontecimientos –a excepción de esa inopinada acción del comando que permitió la fuga de aquel a quien tenían que arrestar- trascurrió según el orden constitucional vigente. Se sustituyó al presidente según lo normado por la Constitución y ningún civil fue desplazado de su cargo por un militar. No se realizaron arrestos masivos, nadie desapareció, fue torturado y lanzado desde un helicóptero, ni aparecieron cadáveres flotando en los ríos. Pero la estética aportada por el comando que arrestó y expulsó a Zelaya –militares encapuchados que deportan de madrugada al presidente electo- removió la terrible memoria regional de anteriores interrupciones de la democracia.

Así las cosas, los golpistas del siglo XXI acusaron al resto de los poderes constitucionales en Honduras de actuar como golpistas del pasado siglo. Detrás salieron intelectuales y gobiernos “políticamente correctos” a sumarse al coro condenatorio pese a la escasa información y conocimiento que tenían sobre los antecedentes y el contexto en que ocurrieron los hechos.La crisis constitucional provocada por la vioacion presidencial de la Carta Magna fue declarada un "golpe de estado" pese a que ese documento autoriza remover al presidente si intenta modificar lo referido a la imposibilidad de reelecciones (Art. 239)..

Ante esos hechos, la OEA debió haber demandado que se enjuiciara a los militares que desbordaron el mandato judicial que habían recibido al deportar –en vez de arrestar- a Zelaya. Tenía que haber apoyado a los restantes poderes constitucionales y fiscalizado el que los militares no hubiesen desplazado a los civiles o manejado a su antojo la situación interna. Debió haber realizado una inspección sobre el terreno y hecho un análisis crítico de lo sucedido formulando su recomendación –no ultimátum- a los poderes públicos y la sociedad civil del país. Pero la organización interamericana pretendió lo inadmisible: imponer -a quienes ya ejercían poderes electos y constitucionales en el país mucho antes de la salida de Zelaya - la caprichosa formula de su retorno decretando que era la única “admisible” en el caso de Honduras.

La OEA –que por varios años no ha sabido actuar ante el golpismo bolivariano- no sólo no ha rectificado el craso error cometido en Honduras, sino que ahora se encamina a desconocer de antemano el resultado de unas elecciones nacionales que todavía no se han realizado. Proceso abierto a observadores independientes de otros países, y cuya preparación –incluida la elección de los candidatos- se había iniciado 14 meses antes de ser expulsado Zelaya de Honduras con presencia in situ de la Organizacion de Estados Americanos..

La OEA –una institución necesaria, pero de cuestionable eficacia- viene actuando de forma contradictoria. Pretendiendo combatir el golpismo en Honduras ha aceptado en ese caso el pretendido axioma de los golpistas del siglo XXI: que el único político demócrata en Tegucigalpa es Mel Zelaya y solo su presidencia puede garantizar la continuidad de la democracia en ese país. La OEA por un lado abrió la posibilidad de poner fin al aislamiento del gobierno cubano y semanas después decretó el aislamiento del Estado de Honduras. O sea, de su gobierno y sociedad civil en pleno.

El grupo del ALBA ahora impulsa dentro de la OEA sanciones económicas al pueblo de Honduras. Los que derraman lagrimas en todo foro internacional por el llamado “bloqueo” a Cuba por parte del país que hoy es su quinto socio comercial (Estados Unidos) demandan – paralelamente y ¡en nombre de la democracia!- imponer un completo bloqueo internacional a la nación más pobre de Centroamérica. Y nada menos que Fidel Castro y Hugo Chávez exigen al presidente de Estados Unidos que se sume a ese bloqueo como evidencia de su vocación democrática en la región. Cosas veredes….

Así –por motivaciones diversas- se intenta orquestar un tercer golpe de estado en Honduras -si es que que la derrocamiento constitucionl de Zelaya clasifica como tal- del que la OEA terminará siendo cómplice si no recapacita. Se presiona al pueblo para que deje de apoyar a los actuales gobernantes y termine abrazando al repudiado Zelaya como única solución a su desgracia. El chantaje combina una arbitraria ingeniería política internacional (“te hambreo hasta que repongas a Mel) con la violencia teledirigida por Caracas y La Habana (”te desangro hasta que repongas a mi aliado”). Seguramente no tendrán éxito, pero no por ello deja de ser una vergüenza.

Pero se impone otear más lejos. La salida definitiva al futuro que necesitan los hondureños pasa por procesos de empoderamiento ciudadano, protección de libertades e impulso a la equidad de oportunidades económicas y sociales. Si ellos no han sido plenamente garantizados hasta el presente por las clases hegemónicas en ese país tampoco lo iban a ser por una nueva oligarquía totalitaria similar a la que rige Cuba hace medio siglo.

La clave del porvenir sigue estando en expandir la democracia, no en sepultarla.



La "Revolución Bolivariana”

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Existe un proyecto de transición regional hacia regímenes totalitarios que tiene su cerebro en La Habana, su banco en Caracas y ha venido instalando sucursales en Managua, Quito y La Paz. Pretendía abrir otra en Honduras, pero se la cerraron. Se presentó originalmente como redentor de grandes mayorías frente a las injusticias vigentes. Al igual que sus predecesores totalitarios del siglo XX, aprovechó el descrédito en que habían incurrido las clases hegemónicas y los partidos políticos de sus respectivas sociedades.

A la “tormenta perfecta” bolivariana contribuyeron décadas de exclusión social e insensibilidad política que descreditaron la capacidad representativa de la democracia realmente existente. Los totalitarios fraguaron una transición regional –gradual pero sistemática- con la que desmantelar las bases legales e institucionales de la democracia alegando su pretendido "perfeccionamiento".

Los gobiernos latinoamericanos de izquierda moderada no tomaron distancia de sus parientes radicales por dos razones: provenían de la misma familia política y su existencia les aportaba algunas ventajas. Los gobiernos conservadores veían todo aquello con cierto desdén. Como antes sucedió con otros regímenes totalitarios, la retórica apocalíptica del grupo radical parecía impracticable. Cosa de bufones. Estados Unidos, por su parte, estaba demasiado ocupado con otros temas y regiones.

Pero todo eso comienza a cambiar. Los bufones demostraron ser peligrosos: las oscuras relaciones con Irán y las FARC, los coqueteos geopolíticos con Rusia, la progresiva subversión regional de los pilares de la democracia. La contraofensiva comenzó con el ataque al campamento de las FARC en Ecuador, los golpes militares del gobierno colombiano a esa fuerza irregular y la captura de evidencias irrebatibles de sus nexos con varios gobiernos del ALBA. Luego vino la caída del precio del crudo que impuso límites al financiamiento del proyecto expansionista del eje La Habana - Caracas. El contragolpe de estado en Tegucigalpa vino a representar una sensible derrota de sus aspiraciones en Centroamérica.

En resumen: el proyecto de transición regional “bolivariano” se desenmascara, comienza a perder fuerza. Son buenas noticias. América Latina está necesitada de una genuina transición hacia otra historia – no el retorno a las vividas en siglo XX- en este cambio de época planetario.

Sin embargo, el único reto no es el de vencer a los totalitarios de izquierda sino también a los autoritarios de derechas. No solo a los creyentes en el Estado absoluto, sino también en el Mercado absoluto. Lo que se necesita no es que el viejo proyecto de la derecha venza al no menos vetusto de la izquierda, sino trascender ambos.

Es necesario como nunca antes fortalecer los pilares centrales de la democracia: rotación obligada de los gobernantes, pluralismo ideológico y electoral, autonomía y participación activa de la sociedad civil, Estado de Derecho, garantías a las libertades y derechos ciudadanos. El caudillismo, populista y reeleccionista, es tan perjudicial por la derecha como lo es por la izquierda.

Igualmente importante es arrancar las raíces que nutren la popularidad del proyecto totalitario: la realidad de que nuestra región exhibe el índice de desigualdad de ingresos mayor del planeta y la tendencia a achacar todos nuestros males a otros sin nunca reconocer y rectificar los errores propios. Nadie nos impone desde fuera la incompetencia, corrupción y mediocridad. El “imperialismo yanqui” no es quien “bloquea” el porvenir regional. Dejemos esas piruetas verbales a Fidel Castro.

No se trata solamente de cerrar el paso al socialismo de estado que ahora pretende retornar travestido como “socialismo del siglo XXI”, sino de trascender simultáneamente el fallido capitalismo latinoamericano que le abrió espacio aun después de desaparecida la URSS. En dos palabras: requerimos un nuevo pensamiento para una nueva época.

Los países latinoamericanos necesitan transformarse en sociedades de la información. Modernas, abiertas y democráticas. Con economías sustentables y equidad de oportunidades sociales. El nombre es lo de menos. Lo importante es que el gato cace ratones.

Si de revoluciones se trata la democracia ha demostrado ser la única revolución permanente desde la antigua Grecia y Roma. Es esa revolución y no otra la que debe capturar nuestra imaginación latinoamericana.



Fidel y Chávez: reveses estratégicos

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A Fidel y Hugo Chávez se les nota un poco nerviosillos de un tiempo acá. Es comprensible.

El precio del crudo no va recuperar los niveles que permitían a la empresa petrolera venezolana ser rentable pese a su alta ineficiencia “roja rojita”. En Cuba sucede lo mismo con el níquel mientras que la ineptitud de la economía estatal impide que el incremento de las visitas turísticas genere mayores ingresos. Tampoco la isla produce alimentos suficientes por lo que en un 80% se compran a Estados Unidos. El malestar social crece tanto en Cuba como en Venezuela donde hoy el presidente Obama es mas popular que ambos mandatarios.

Los partidos de gobierno en países como Argentina, Brasil, Chile -que hasta ahora han mostrado una exquisita tolerancia hacia sus desaguisados - en pocos meses enfrentarán elecciones presidenciales con una oposición conservadora que parece aventajarlos en los sondeos de opinión.

Pero no para ahí la racha de mala suerte.

Han aparecido nuevas evidencias del vínculo entre las FARC y el gobierno de Correa en Quito así como de esa agrupación narcoterrorista y el gobierno de Chávez. Un video del Mono Jojoy y unos cohetes vendidos a Caracas por los suecos, - ahora capturados a las FARC- , ponen sobre la mesa la conexión operativa encubierta entre el fenecido socialismo del siglo XX y el que estos dos dictadores nos proponen para el siglo XXI. En Honduras, más allá de la torpeza cometida con la expulsión de Zelaya a Costa Rica, perdieron una importante base de operaciones y se ha sentado el precedente de que las subversión bolivariana es reversible. Las evidencias del modus operandis chavista que allí se vienen recogiendo pueden ser tan reveladoras como las encontradas en la famosa laptop del difunto comandante de las FARC Raúl Reyes

En resumen: la proyección estratégica regional del eje La Habana - Caracas se ha visto comprometida a corto y mediano plazo.

La “correlación de fuerzas regional” ha comenzado a girar en dirección contraria a sus objetivos. Es por eso que, en su desespero, acuden a un mayor aventurerismo incrementando las acciones encubiertas dirigidas a desestabilizar Honduras y lanzándose a fondo en el cuestionamiento del derecho soberano que asiste a Bogotá a seguir sus pasos cuando el pasado año ofrecieron a Rusia facilidades logísticas en Cuba y Venezuela para reanudar la presencia militar de Moscú en el hemisferio occidental. Mientras UNASUR se aprestaba a discutir en Quito el derecho de Colombia para otorgar facilidades a fuerzas estadounidenses convencionales carenaba en la Bahía de La Habana un submarino nuclear ruso la semana pasada. De eso nadie quiso hablar.

Algunos gobiernos de la llamada “izquierda moderada” en UNASUR le hacen el juego al ALBA con declaraciones ambiguas de tenue sabor “antiyanqui”, pero eso no le basta a Hugo y Fidel que salieron defraudados ante la imposibilidad de obtener una enérgica condena de Colombia en la reciente reunión de esa institución en Quito.

El hecho es que el reloj sigue marcando las horas y el tiempo se les acaba.

Si Honduras hace gestos positivos hacia las propuestas de Oscar Arias y esquiva o neutraliza hasta las elecciones de noviembre -con firmeza, pero también sabiduría y tacto políticos- las zancadillas desestabilizadoras que le vienen tendiendo los dos caudillos, será difícil que la OEA no se vea precisada a revisar su postura en el 2010 y los europeos seguirán los pasos que adopte la organización regional en este tema.

Por otro lado, a los países que vienen soportando las ingerencias de los pretendidos “socialistas del siglo XXI” se les presenta la oportunidad de virarle la tortilla al ALBA en el debate sobre las bases en Colombia previsto para la “cita presidencial extraordinaria” de UNASUR a darse dentro de unos días en Argentina. No es difícil imaginar que -de proponérselo seriamente- pudieran transformar el debate sobre las relaciones militares entre Bogotá y Washington en una discusión general sobre el otorgamiento de facilidades a la presencia militar de gobiernos y de grupos irregulares armados extranjeros, como son los casos de Rusia, las FARC y Sendero Luminoso. Si lo hacen es muy probable que Chávez, Correa, Morales y Fidel, se vean en un aprieto. Hasta Daniel Ortega tendría que responder por el amparo territorial ofrecido a grupos de pretendidos zelayistas hondureños y de otras nacionalidades que proclaman abiertamente estarse entrenando para iniciar la insurrección en Honduras.

En esas circunstancias, al cúmulo de recientes reveses estratégicos sufrido por el ALBA es posible que se agregase un serio descalabro diplomático si algunos gobiernos que han sido sus victimas se lo proponen.



Zelaya “el simbólico”

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Como si fueran pocos los problemas que atribulan a Fidel Castro y Hugo Chavez por estos días ahora tienen que cargar con un personaje “simbólico”. Eso me dijo un amigo centroamericano al ver que el depuesto presidente hondureño se hizo presente en la frontera de su país con Nicaragua sólo para “halar la cadena”. Cuando hice un esfuerzo por comunicarle el importante papel de la simbología en el acontecer político mi interlocutor soltó una carcajada. “Usted siempre con sus doctrinas intelectuales. En Honduras le llamamos simbólico al que carece de “bolas”! ¿Me entiende?” Al instante comprendí su agudo enfoque.

No hay comparación entre la incontenible marcha de Mussolini sobre Roma y la aspavientosa caravana de Mel con sus autos refrigerados repletos de prensa internacional y diplomáticos venezolanos. Eso de exhortar a sus seguidores a “arriesgar la vida” para juntos emprender el “apoteósico” camino de Tegucigalpa ya era una desconsideración. Por varios días, los “zelayistas” tuvieron que atravesar a pie montes y ríos para evitar los retenes militares y reunirse con su líder. Pero Mel no llegó siquiera a tocar territorio hondureño –lo que en realidad pisó fue la franja internacional que separa a ambos paises- y dejó a su esposa y seguidores “embarcados” del otro lado. Allí, parado frente al país al que ha llamado a la insurrección para que le devuelvan la poltrona presidencial, Zelaya “el simbólico” haló la cadena….y su heroica imagen desapareció cual agua albañal.

Al pobre hombre no le van bien las cosas. Sus patrocinadores dan señales de exasperación. Al parecer no están dispuestos a acomodarlo indefinidamente en hoteles cinco estrellas. “Que se joda. Pónganlo a acampar en la frontera a ver si recapacita”. No sería extraño que su esposa Xiomara albergase preocupaciones más personales. “¿Será que Mel no tiene motivación suficiente para acudir a la reunificacion familiar? ¿Tendrá la Patricia Rodas algo que ver en eso?” Por lo pronto Mel decepcionó a quienes desearían elevarlo a la categoría de caudillo remacho cuando decidió interrumpir una conferencia de prensa en la frontera para parlamentar por celular con su esposa. Cada cual sabe sus problemas, ¿no?

Pero lo que más debe irritar a Caracas y La Habana es que las indecisiones de Mel han complicado los planes para provocar una masacre. Sin muertos no hay sed de venganza y sin odios no hay insurreciones.

La prensa oficial en Cuba y Venezuela insiste en historias terribles que hablan de cientos de muertos y miles de detenidos. Ellas nutren los blogs de ciertos “movimientos de solidaridad” que las difunden sin verificarlas. Hasta el presente sólo hay reconocidos dos muertos: uno en el aeropuerto cuando Zelaya exhortó a tomarlo desde un avión venezolano y otro en la frontera nicaraguense desde donde Zelaya (sin cruzarla hacia Honduras) exortaba a la insurrección. Y existe un debate inconcluso sobre la autoría de esos dos homicidios. El pasado domingo 26 – a apenas 24 horas del show mediático de Mel- en un estadio situado en las inmediaciones de Tegucigalpa murieron dos personas y otras seis fueron internadas en hospitales con heridas de bala tras un tiroteo entre hinchas de los equipos contendientes. Al parecer el retorno de Zelaya desata menos pasión que un partido local de fútbol.

Mel haría bien en buscarse otra cobija. El todavía no sabe con que clase de gente ha venido a dar. A estas alturas Fidel puede estar evocando sus días del Bogotazo y sopesando si sería preferible hacer los arreglos pertinentes para “modificarle la salud” y transformarlo en un nuevo Gaitán. En su desespero –no hay que subestimarlo- puede recurrir, como otras veces en su vida, a ideas disparatadas. ¿Quien sabe? A lo mejor hasta obliga a Mel a retar a Micheletti a un partido de fútbol en la esperanza de que surja la chispa que anda buscando.



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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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