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Otra vez el embargo

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Como ha ocurrido cada vez que un nuevo inquilino se muda a la Casa Blanca, los activistas y políticos que defienden o se oponen al embargo reaniman ahora los debates en torno a este tema. Cada parte pretende monopolizar el patriotismo. Muchos dan muestra de un maniqueo apasionamiento que a menudo los conduce a incurrir en excesos verbales. Unos consideran que Dios está de su lado; otros suponen que la Historia está del suyo. Algunos creen contar con el apoyo de ambos.

Paso a puntualizar algunas opiniones personales a sabiendas de que no lograrán satisfacer a plenitud las demandas de ninguno de los polemistas.

La transformación positiva de la realidad cubana no vendrá como resultado automático de las acciones de ningún actor externo, incluyendo a Estados Unidos. La idea de que el levantamiento del embargo y el restablecimiento de relaciones traerán como inequívoco resultado el respeto a los derechos políticos y civiles es ingenua. Pero igualmente desacertada es la afirmación de que ese giro le permitirá al gobierno cubano acceder a nuevos recursos que hagan más eficaz su control sobre la población. Si hay un sector priorizado en Cuba es el relacionado con la seguridad interna. No necesitan del levantamiento del embargo en ese terreno. Basta con los aportados por Hugo Chávez.

El levantamiento del embargo tampoco traerá el florecimiento de la economía cubana sino, en todo caso, el de su deuda externa, la cual seguirá creciendo de manera directamente proporcional a la ineficiencia de su régimen de dirección. La inyección de recursos tampoco le aportará al gobierno un margen mayor de legitimidad interna, porque serán despilfarrados como sucedió antes con los aportados por la URSS, o ahora por Venezuela, sin que la población eleve su estándar de vida ni tenga vías para reclamar una mejor administración. El verdadero embargo universal es el límite crediticio y la escasa inversión extranjera que padece la isla como resultado de ser el segundo deudor del Club de Paris y los erráticos giros en su política económica.

Al que debe pedírsele el levantamiento del embargo no es al poder ejecutivo, sino al legislativo, o en todo caso al Tribunal Supremo. Gracias al derribo de las dos avionetas de Hermanos al Rescate dispuesto por Fidel Castro en 1996 –siempre es bueno recordarlo- todos los componentes del embargo e incluso el congelamiento de cualquier revisión sustancial a las relaciones con Cuba fueron codificados en la Ley Helms Burton. Sólo el Congreso puede deshacer lo que antes hizo, o el Tribunal Supremo dictaminar inconstitucional esa ley por violar preceptos de la carta magna.

El embargo presenta serios déficits:

a) No constituye una estrategia integral, sino apenas representa un instrumento remanente de una política del siglo pasado, cuando el mundo era bipolar y las relaciones económicas internacionales no se habían globalizado. Es por ello que no puede ser eficaz en un hábitat internacional completamente transformado.

b) Viola atribuciones que la Constitución confiere al poder ejecutivo en lo referido a la conducción de la política exterior, y transgrede el derecho al libre movimiento de los ciudadanos estadounidenses.

c) Lejos de fortalecer la autonomía de los cubanos respecto al Estado refuerza su aislamiento informativo y dependencia económica.

El conflicto principal al que asistimos no es el bilateral entre La Habana y Washington, sino el interno, entre un régimen de gobernabilidad totalitario y la población a la que el primero es incapaz de satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. El conflicto se expresa, como diría Marx, entre un sistema de relaciones sociales obsoleto y las fuerzas productivas de la nación que reclaman liberarse de aquellas para desarrollarse. El conflicto bilateral es apenas el resultado de la internacionalización del conflicto interno, el cual ha involucrado a diversos actores exteriores a lo largo del tiempo (URSS, EEUU, Venezuela, etc.) y debe ser abordado situándolo en su verdadera dimensión. Pero el único y mejor modo de hacerlo no es aferrándose al embargo, que ya ha devenido en instrumento tan obsoleto e ineficaz como el propio régimen de gobernabilidad cubano.

Los políticos y activistas harían un mejor servicio a Dios, la Historia y sobre todo al pueblo cubano, si no confundiesen objetivos con medios para alcanzarlos. Cuando insistir en los medios empleados se transforma en el objetivo mismo de todo esfuerzo se pierde la brújula política. Si el objetivo es restaurar la soberanía del pueblo cubano sobre el estado, entonces todas las políticas que construyan muros adicionales a la autonomía del ciudadano -económica, informativa, de movimiento- alejan ese objetivo.

No menos importante son los argumentos éticos. La noción de que este embargo equivale al que se impuso al régimen de apartheid es falsa porque aquellas sanciones no eran unilaterales sino multilaterales. La posición de Estados Unidos no sólo no ha sido avalada por la comunidad internacional sino que ha sido condenada, de manera anual y masiva. La percepción de que se pretende obligar a la población a rebelarse por medio del hambre es tan falsa como políticamente eficaz en manos del gobierno cubano. Washington es el quinto –quizás ya sea el cuarto- socio comercial de Cuba y su principal suministrador de alimentos (el 80% de las importaciones en ese rubro).

El problema en la discusión sobre el embargo no es que no existan razones para su revisión, sino que Estados Unidos encara demasiadas crisis simultáneas y graves como para que el Congreso se sienta inclinado a dedicar tiempo a debatir el tema y la Casa Blanca crea que el asunto amerite una polémica periférica a lo que hoy son sus intereses estratégicos. Por su parte, el gobierno cubano no le ha aportado al Presidente Obama un sólo argumento sólido para que decida asumir ese reto. Hay que entender la actual cautela de la Casa Blanca. El récord de La Habana es pésimo en ese sentido. Cada vez que un presidente dio pasos hacia una distensión apostando a que el gobierno de la isla estaba listo para iniciar un proceso de transformaciones que lo alejasen del sistema totalitario le dieron un contundente portazo. La actual Administración y el Congreso no van arriesgar capital político por muchas cartas que se le envíen si el gobierno cubano no demuestra de manera fehaciente –no con artículos apologéticos de los usuales fellow travellers- que ha iniciado los prometidos “cambios de estructura y conceptos”. Liberar a los presos políticos podría ser un paso simbólico en esa dirección. Liberar al pueblo del bloqueo nacional a las libertades de movimiento, información, expresión e iniciativa económica –todas reclamadas en asambleas publicas de una punta a la otra de la isla- seria una decisiva contribución al levantamiento del embargo externo.

A modo de conclusión quiero puntualizar que en mi criterio el embargo no es una política sino un instrumento obsoleto que impide la elaboración de una genuina y actualizada política hacia Cuba. Los intrumentos políticos no equivalen a principios morales aunque pueden estar en conflicto con ellos. El peor servicio que pueda hacerse a los objetivos de cualquier estrategia política es sacralizar sus instrumentos impidiendo su revisión periódica.

Creo igualmente que aquellos activistas anti-embargo que aun no lo hayan hecho -ya muchos lo hacen- debieran incorporar a su agenda las legítimas demandas que deben presentársele al gobierno de Cuba en temas como los referidos a viajes y remesas. Los cubanos en la isla deben ser también liberados de las restricciones a la libertad de movimiento que suponen los abominables permisos de entrada y salida del país así como de la arbitraria y excesiva carga impositiva a las remesas familiares. Asumir esas reclamaciones no es un problema de “equilibrios”, sino de decencia y un modo de enviar un mensaje de dignidad a aquellos que desde La Habana creen que pueden darle el trato de soldados a quienes pueden movilizar a su antojo y a los que nunca es necesario dar explicaciones.

A mi juicio si La Habana desea el levantamiento del embargo –hasta ahora hizo lo indecible por impedirlo- debe dar pasos que permitan argumentar en el Congreso la pertinencia de darle atención a un tema que ni remotamente figura entre las prioridades de la nación americana hoy día. Y si no alberga todavía intenciones serias en este asunto, lo decente sería que lo reconociese honradamente. Es el mínimo de respeto que le debe el gobierno cubano a los activistas contra el embargo.



Obamofobia

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La Obamofobia no es una patología limitada a los afiliados al KKK y algunos republicanos radicales. En Caracas y otras capitales se padece por igual de ese síndrome. La simpatía que irradia el actual presidente de Estados Unidos es motivo de profunda preocupación en los círculos de la izquierda autoritaria.

Por estos días, Chávez parece dedicado a concertar una acción durante la próxima Cumbre de las Américas dirigida a destruir la credibilidad y aminorar la atracción del presidente de Estados Unidos.

La popularidad mundial del nuevo ocupante de la Casa Blanca es de tal magnitud que Chávez y su inseparable abuelito en La Habana se han visto obligados a hacer alardes de hipocresía para que su mensaje sea, al menos, escuchado. Del Obama cómplice del “genocidio” contra el pueblo palestino, según una de las primeras “reflexiones” sobre el presidente estadounidense del Primer Secretario del PCC, ahora se habla de otro sincero y con buenas intenciones al que hay que tratar de ayudar. Lo que sucede es que el modo con el que se pretende “ayudarlo” es algo extravagante. Se le exige, por ejemplo, que demuestre su sinceridad y voluntad de cambios levantando unilateralmente el embargo y liberando de manera inmediata a los “Cinco Héroes”,

¿Confunden Chávez y Fidel el sistema constitucional estadounidense de poderes separados con el que reina en la isla, donde un hombre hace y deshace sin respetar ninguna norma jurídica? ¿Acaso lo que realmente se procura con esas demandas es “demostrar” que Obama es más de lo mismo porque no accede corriendo a sus reclamos?

La forma en que piensan “ayudar” al Presidente de Estados Unidos parece ser la de armarle un gran “escándalo” durante la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago en torno a la demanda del embargo. Para ello hay dos anillos de concertación “artillera”. El primero lo integra Chávez con sus homólogos de un grupo de países. Pero si bien el rechazo al embargo es una demanda ampliamente compartida, no lo es el deseo de arrinconar a Obama, por lo que los “duros” no están seguros del todo de hasta donde el resto de los participantes les permitirá llegar con su show en el foro multilateral.

El segundo anillo de presiones lo constituye la Cumbre de los Pueblos que –como es usual- va a ser instalada en Trinidad y Tobago como tribuna paralela a la de los jefes de Estado. Allí, además de los respetables representantes de organizaciones no gubernamentales legítimas, desfilarán también los activistas profesionales del radicalismo bolivariano, exigiendo definiciones inmediatas a Obama y “desenmascarándolo” por no levantar de manera unilateral e incondicional, el embargo a Cuba.

Es probable que la prensa -que detesta las Cumbres por aburridas e insulsas- se dé un festín reportando las confrontaciones folklóricas de los “duros” con los “blandos” y asegurando –para satisfacción de Chávez y su cómplice habanero- que los titulares de la Cumbre informen de “la primera derrota política de la actual Administración de Estados Unidos”. Particular placer derivarán del hecho los dos compadres por coincidir las fechas con las de la batalla de Playa Girón. Pero el placer, aun cuando se obtiene, es siempre efímero y hay victorias pírricas.

¿Le conviene a Raúl Castro formar parte de esas piruetas de su hermano y el presidente venezolano? No lo creo. Puede apoyarse en Lula para que lo ayude a escapar de ese entuerto. Pero si conflicto es lo que busca debiera saber que debe llevar dos jabas y, muy probablemente, olvidarse de toda perspectiva futura de mejorar las relaciones con Washington.



CARTA AL GENERAL RAUL CASTRO

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General:

Las medidas anunciadas por el Presidente Barack Obama han sido acogidas con alegría por las familias cubanas. Los hijos verán a sus padres, los abuelos a sus nietos, los primos a sus tíos. Podrán apoyarlos económicamente con el fruto del sudor que derraman en otras tierras. Mirar esa realidad humana desde la retorcida lógica política de cualquiera de los bandos en este interminable conflicto es una imperdonable mezquindad. Dejemos a un lado las elucubraciones sobre quien gana o pierde, General. En esta ocasión ganamos todos los cubanos gracias al Presidente Obama. Pero usted no tiene por ello que considerarse “perdedor”. Aproveche que él ha dado el primer paso. Ya no tiene que temer lucir débil. Obama tuvo el coraje de iniciar otra lógica que en Estados Unidos no todos aprueban. Súmese ahora usted a esa lógica positiva aunque no todos la aprueben en Cuba. Que ese sea el primer paso para competir en quién puede mostrarse más constructivo y sensible en vez de más destructivo e indolente.

Usted dijo que en esta ocasión su gobierno exigiría un proceso de gesto por gesto. Muy bien. Le toca jugar a usted General. Como a menudo sospecha que los que disentimos de la actual realidad cubana somos anexionistas o plattistas tome nota de que nos dirigimos a usted en lugar de a un mandatario extranjero. Somos tan cubanos como usted, General, aunque tengamos perspectivas distintas sobre lo que más conviene al país. Por ello le planteamos algo muy simple: contribuya a la lógica de normalización de relaciones con Estados Unidos iniciando una normalización de relaciones entre cubanos. No nos referimos a los “de allá” y “los de aquí” sino a todos los cubanos que allá y aquí pensamos de mil maneras distintas pero aspiramos a un porvenir decente para el país. Sin una normalización de relaciones entre cubanos las otras serán mucho más complicadas.

Pensamos de modo diferente en demasiadas cosas General. Pero podríamos ponernos de acuerdo en una para comenzar en alguna parte: separar a nuestras familias por diferencias ideológicas es obsceno.

Castigar a las familias divididas gravando artificialmente sus remesas y comunicaciones telefónicas o teniendo de rehenes a algún pariente porque otro decidió establecerse fuera es criminal. Usted no inventó esa política y por ello puede ahora tomar distancia de ella como ya hizo su hija Mariela y el Congreso de la UNEAC. Ellos no son anticastristas ni anticomunistas, sino personas que reconocen el innecesario e inmoral gravamen impuesto por medio siglo a nuestras familias. Levántelo y le será reconocida su autonomía respecto a las más retrogradas fuerzas del momento tanto “allá” como “acá”.

El Presidente Obama tuvo un gesto hacia las familias cubanas, complételo usted ahora con un gesto propio: levante los permisos de entrada y salida del país, reduzca el costo de los trámites de viaje y las llamadas telefónicas y suprima el recargo del 20 % a las remesas. Gesto por gesto en favor de la familia cubana. Vale la pena.

Juan Antonio Blanco



Gestos, ¿hacia quién?

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Los representantes del gobierno cubano ya han comenzado a repetir la consigna del Reflexionador en Jefe: Cuba no tiene que hacer ningún gesto hacia Estados Unidos. Todas las concesiones, a su entender, han de ser unilaterales y deben satisfacer a plenitud las demandas de La Habana.

Curioso por partida doble. Por un lado le exigen a Obama que en tres meses cambie la política de medio siglo pero después de tres años de medidas irrelevantes en la isla, ellos responden que los cambios en Cuba tienen que venir “poco a poco”. Por otro lado, eso altera lo dicho por Raúl Castro en su viaje a Brasil cuando declaró que “esta vez” avanzar en las relaciones bilaterales supondría un proceso de “gesto por gesto”. ¿Otro malentendido?

Al parecer, el búnker habanero, pese a declarar lo contrario, no acepta todavía ningún diálogo genuino. Hablar no es dialogar. Oír, no es escuchar. Y lo que exige La Habana es la capitulación unilateral e inmediata del enemigo. Quizás esa sea la táctica para asegurar el inmovilismo. Pero podrían equivocarse.

El potencial de relaciones bilaterales no se reduce a las enmarcadas en el intercambio entre ambos gobiernos. Ese fue el error de George W. Bush. Están las que se desarrollan entre los cubanos en la isla y los radicados en Estados Unidos, y las que pudieran expandirse de nuevo entre instituciones de la sociedad civil norteamericana y grupos, individuos e instituciones –reconocidas legalmente o no por el Estado- asentadas en Cuba.

Si las relaciones bilaterales entre gobiernos se tornan lentas o paralizan se puede avanzar a diferente y mayor velocidad en el conjunto de relaciones pueblo a pueblo y cubano a cubano.

Estados Unidos puede continuar haciendo gestos unilaterales hacia los habitantes de la isla y sus parientes en el exterior sin tener que hacer concesiones unilaterales al gobierno cubano. Los esfuerzos por mejorar la relación bilateral pueden ser menos centrados en los gobiernos -mientras se haga imposible avanzar en ese campo- y concentrarse más en facilitar la relación pueblo a pueblo y entre cubanos en la isla y la diáspora.

Obama ya tuvo un gesto unilateral hacia los cubanos y cubano-americanos al levantar las restricciones estadounidenses que obstaculizaban el flujo normal de sus relaciones mutuas. Fidel Castro se negó a hacer otro gesto equivalente hacia sus súbditos. Reafirmó así la actual política que hace de las remesas y llamadas a Cuba las más caras del hemisferio occidental y a esa isla una rareza planetaria donde los nacidos en ella requieren permisos para salir o entrar al país.

Millones de cubanos recién obtuvieron una mejoría gracias a la decisión de Obama y tomaron nota de que el altanero caudillo rehusaba complementar el gesto estadounidense hacia ellos con otro similar. Ganancia para Obama; pérdida para el caudillo.

Cada paso no correspondido que dé Estados Unidos en favor de los cubanos –aunque no pueda materializarse a plenitud por ser bloqueado por el gobierno de la isla- contribuirá a revelar ante la población, la diáspora y los gobiernos de otros países quién desea beneficiar al pueblo de esa isla y quién pretende aferrarse al status quo a expensas de su sufrimiento.

Washington tiene un amplio campo para mejorar su credibilidad y aprecio entre los cubanos, sin tener por ello que hacer concesiones unilaterales hacia el gobierno de los hermanos Castro. El presidente Obama puede continuar aportando fórmulas diversas dirigidas a ayudar al ciudadano de a pie y dejar que sea el gobierno cubano el encargado de encontrarle un problema a cada solución. Que sean Fidel y su hermano quienes “bloqueen” los gestos unilaterales hacia los cubanos que pueda hacer Obama. Si desean correr la suerte de Chacumbele, ese es su problema. Dejémoslos.

De insistir el gobierno cubano en congelar las relaciones gubernamentales exigiendo la capitulación de su oponente es muy posible que Washington se lo conceda. El asunto no es de naturaleza prioritaria ni estratégica para Estados Unidos. Más allá de la retórica que ocasionalmente se despliegue en algún foro multilateral, los gobiernos que condenan el embargo, salvo dos o tres excepciones, no van a supeditar el progreso de sus relaciones bilaterales con Washington a que lo levanten. Ese es el a, b, c, del llamado realismo político. El mismo que los inhibe de sumar su voz a las denuncias por violaciones de derechos humanos en la isla.

Es el gobierno cubano el que tiene que decidir si desea o no hacer uso de la actual ventana de posibilidades para avanzar hacia una mejor relación con su vecino o prefiere sabotearla de nuevo. De optar por lo primero entonces ha de dejar la tribuna y las consignas por el sosegado ambiente de una mesa privada de diálogo. Es ahí y no en la Plaza ni en el Granma donde “todo, todo”, debe discutirse.

Dada la edad de Obama y la de los Castro es razonable suponer que si el actual presidente estadounidense resulta reelecto en el 2012 tendrá ya que lidiar con otros dirigentes cubanos que, quizás para entonces, estén preparados a tomarse las cosas en serio. Mientras tanto, Obama puede y debe continuar, con audacia y perseverancia, haciendo gestos hacia quien los merece y aprecia: el pueblo de Cuba.



OEA: paisaje después de la batalla

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Bajo augurios apocalípticos de parte de los gobiernos cercanos al cubano, se acaba de aprobar por consenso una resolución sobre Cuba en la OEA que contiene todos los elementos reclamados por los Estados Unidos. La postura de Washington, en esta ocasión, coincidía con las preocupaciones de todos aquellos que por muchos años trabajamos desde la sociedad civil regional por obtener la aprobación de la Carta Democrática Interamericana.

Lo que procuraba Fidel Castro al alentar a sus aliados a tirarse a fondo en este lance no era el regreso del gobierno de Cuba a esa institución. No había mentido. Es cierto que no lo deseaba –como tampoco le interesa, pese a sus ventajas económicas, entrar al Pacto de Cotonú o incluso a Mercosur- porque allí tendría que convivir con cláusulas relativas a los derechos humanos y –aun más importante- mecanismos para su protección. Es una diferencia sustantiva con aquella Cumbre Iberoamericana en que se pudo dar el lujo de firmar el apoyo a la democracia representativa sabiendo que no existían mecanismos que luego lo inspeccionaran sobre el particular. Su entrada al Grupo de Río la considera una breve transición en la esperanza de que UNASUR o el ALBA lo sustituyan tempranamente.

Los propósitos de Castro para esta asamblea de la OEA eran otros: a) arrinconar, más que a Estados Unidos, a la Administración Obama para nutrir su campaña de que este presidente es más de lo mismo y reducir su popularidad regional, así como entre la población y funcionarios cubanos; b) polarizar la OEA y llevarla al borde la ruptura; c) obtener una declaración de desagravio por la expulsión de 1962 y una mendicante invitación al gobierno cubano a que regresara a la OEA; d) atizar a los representantes cubano-americanos en el Congreso de EEUU para que promuevan el corte del apoyo financiero a la institución si se levantaba la sanción de 1962 motivada por la alianza en aquel momento de Castro con un país que ya no existe hace 18 años.

El resultado ha sido un texto que nada tiene que ver con los objetivos del anciano caudillo ni con algunos cintillos sensacionalistas de prensa que hablan del "reingreso del gobierno de Cuba sin condiciones".

Los tres elementos claves de la resolución son los siguientes:

a) El preámbulo recalca los principios claves en que se basa la OEA y que todavía presentan dificultades al reingreso de Cuba (entre ellos los de la democracia, derechos humanos y seguridad).

b) El primer párrafo operativo dice que deja sin efecto la resolución de 1962, pero no pide excusas al gobierno de Cuba -que fue en realidad el suspendido, no el Estado cubano- por la decisión tomada entonces.

c) El segundo párrafo operativo autoriza a iniciar un proceso de diálogo con el gobierno de Cuba si pidiese el reingreso. Algo extremadamente improbable mientras exista Fidel Castro. Pero la resolución especifica que el dialogo acerca de esa posibilidad ha de producirse a la luz de los principios y propósitos de la institución (antes recordados en el primer párrafo del preámbulo). Traducido al lenguaje común eso equivale a decir que si el gobierno de Cuba diese el paso de solicitar su reingreso-que ha reiterado no va a dar- no lo obtendría de forma automática, sino que se enfrentaría al inicio de un proceso de diálogo, cuya duración no se precisa, en que su solicitud se analizaría a la luz de los citados principios de la organización.

Esta era en esencia la posición declarada de antemano por Hillary Clinton. Los EEUU han obtenido la aprobación de su postura por consenso, sin ir a una votación que pusiera en evidencia la falta de unanimidad en torno a su propuesta y sin arriesgarse a perderla por no obtener los apoyos suficientes. Adicionalmente – y contrario a los objetivos de Fidel Castro- la Administración Obama ha reforzado su imagen conciliadora al aceptar como concesión lo que resultaba obvio: la inevitabilidad de levantar una sanción de 1962 cuyo texto aludía una alianza cubana con un país inexistente hace 18 años. Su ausencia en la organización se explica, a partir de ahora, por motivos mucho más vigentes y claros.

Citar por su nombre la Carta Democrática era innecesario y por eso podía ser utilizado como ficha de negociación para el consenso. Lo que no podía obviarse era que la democracia y los derechos humanos son hoy principios inseparables de la institución. Pese a su importancia hay muchos otros instrumentos y mecanismos en la OEA que se relacionan con la democracia y los derechos humanos. Mencionarlos todos era imposible y privilegiar la Carta sin recordar los restantes compromisos hubiera puesto en segundo plano a pactos y mecanismos de trascendental importancia como son la Convención Americana de Derechos Humanos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, o los acuerdos de seguridad y defensa hemisférica colectiva. El texto ha quedado fortalecido precisamente por el tratamiento genérico que hace de sus pilares fundacionales en vez de remitirse a uno sólo de sus instrumentos.

Fidel Castro ha de estar muy disgustado aunque haga su mejor esfuerzo por ocultarlo. Tiene motivos para estarlo. Obama y Clinton volvieron a escapar de su emboscada. Lo sucedido ha sido un triunfo importante para la Administración Obama cuya imagen conciliadora sale reforzada, sus amigos radicales no pudieron arrinconar a EEUU, dividir ni destruir a la OEA, no pudieron arrancarle un lagrimoso mea culpa por lo de 1962, ni tampoco socavar la vigencia de los actuales instrumentos sobre los que se asienta la organización. Y para colmo lo acordado se logró por un consenso al que se sumaron sus amigos allí presentes ante la imposibilidad de lograr otra cosa o ser ellos los que quedaran aislados.

Queda ahora por ver si los representantes cubano americanos en el Congreso de Estados Unidos le van regalar a Fidel Castro el único objetivo que le queda pendiente después de haber perdido los otros tres.

Seria un error garrafal que guiados por miopes consideraciones de política doméstica declarasen que Obama y Clinton perdieron la batalla de Honduras y promovieran una resolución para quitarles los fondos en el Congreso a la OEA. No sólo le darían razón a quienes no la tienen sino que adicionalmente contribuirían gratuitamente a nutrir el “antiyanquismo” regional en que florecen los populistas radicales.

Texto completo de la resolución aprobada

:LA ASAMBLEA GENERAL

:RECONOCIENDO el interés compartido en la plena participación de todos los Estados Miembros;

GUIADA por los propósitos y principios establecidos de la Organización de los Estados Americanos contenidos en la Carta de la Organización y en sus demás instrumentos fundamentales relacionados con la seguridad, la democracia, la autodeterminación, la no intervención, los derechos humanos y el desarrollo;

CONSIDERANDO la apertura que caracterizó el diálogo de los Jefes de Estado y de Gobierno en la Quinta Cumbre de las Américas, en Puerto España, y que con ese mismo espíritu los Estados Miembros desean establecer un marco amplio y revitalizado de cooperación en las relaciones hemisféricas; y

TENIENDO PRESENTE QUE de conformidad con el artículo 54 de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, la Asamblea General es el órgano supremo de la Organización,

RESUELVE:

1. Que la Resolución VI adoptada el 31 de enero de 1962 en la Octava Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, mediante la cual se excluyó al Gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano, queda sin efecto en la Organización de Estados Americanos.

2. Que la participación de Cuba en la OEA será el resultado de un proceso de diálogo iniciado a solicitud del Gobierno de Cuba y de conformidad con las prácticas, los propósitos y principios de la OEA.



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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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